miércoles, 30 de diciembre de 2015

THE GREEN INFERNO o "cómo esperar dos años para ver un mojón"

Actualmente, hay un término inglés muy popular referido a películas o series de próximo estreno llamado hype. La traducción más ajustada es expectativa, aunque se trata de una expectativa ansiosa, a veces injustificada, alimentada por trailers, teasers y avances del más diverso pelaje. Pues bien, servidor llevada dos malditos años preso de un hype tremendo por la última barrabasada del director Eli Roth (Cabin fever, Hostel), que se titula The green inferno... y que anoche tuve la oportunidad de padecer.

He leído muchas críticas de la cinta antes de atreverme a hacer la mía, básicamente porque soy de los que tiene el culo pelado de ver terror y casquerío, y no entendí bien si se trataba de una broma, un mal chiste o que me sentó mal el cafelito post-cena, porque a estas alturas todavía estoy pensando si pude ahorrarme la experiencia o es que no supe entender lo que el director pretendía transmitirme.

Como muchos de mis lectores son personas normales (no como yo, vaya), supongo que necesitarán que les explique que The green inferno es un homenaje de esas películas ochenteras de explotación del género caníbal (Holocausta caníbal, Caníbal ferox...), que vinieron principalmente de coproducciones italo-americanas y que mezclaban tripas sueltas y tetas al aire. Su mayor artífice, Ruggero Deodato, fue el primero que "inventó" una historia falsa sobre metraje encontrado (el ahora tan popular found footage), donde se aseguraba que los actores realmente habían perecido en la expedición amazónica, devorados por indígenas (Interviú cayó en el engaño, publicando un artículo titulado Comidos en su propia trampa; reproducimos tan solo la portada, con la Duval, pues las fotografías interiores son particularmente impactantes)

 A lo que vamos, la idea de que un director que me había impactado con la muy sórdida Hostel recuperara una temática como aquella me resultaba fascinante: si era capaz de reproducir ese ambiente malsano y opresivo de aquella, podía regalarnos una joyita del terror. Y el anuncio de que iba a ser duramente calificada, profetizaba maldad y casquerío a tope de power.

Desde ese momento, dos años de espera: Se estrenó en el circuito de certámenes (Sitges fue uno de ellos) y, después, el silencio. Ni siquiera estaba disponible en ya saben ustedes qué videoclub gratuito, lo que daba a entender que era basta hasta decir basta (perdón por el juego de palabras), lo que para el aficionado suponía colocarla a la altura de otras no estrenadas en España como Serbian film, Martyrs o A L'interieur. Que es decir mucho.

Ya entonces fui buscando comentarios que, para mi temor, le daban un aprobado justito. Y no es que fuera uno o dos críticos sibaritas, es que todo Cristo coincidía en ese aburrido meh que les provocaba.

Y, anoche, la vi... Y aquí empiezan los spoilers.



En primer lugar, tres cuartos de hora de nada, con universitarios americanos idealistas diciendo que van a salvar la selva amazónica resultan, cuanto menos, insoportables. Ya sé que Roth suele ser particularmente moroso cuando narra sus historias (le pasó en Aftershock y, un poco menos, en Hostel), pero esta vez clama al cielo. Llega un momento en que deseas que el reparto palme entre terribles sufrimientos, más que nada por lo cansinos que llegan a ser; mención aparte merece Daryl Sabara, el niño de Spy Kids, con la misma cara que entonces y del que esperas que, en cualquier momento, saque su reloj-espía y huya gracias a algún gadget de la marca Machete.

La tribu indígena es poco menos que increíble: llegué a escuchar alguna expresión en castellano mientras los gringos eran capturados. Pudiendo aprovechar perfectamente la imaginería precolombina, con toda suerte de sacrificios humanos registrados, se nos regala una única escena grosera (bastante lograda, no lo voy a negar), y un momento de negro al horno cocido en su propio mono amarillo. Para rematar con una dura escena de suicidio femenino, toda vez la joven en cuestión descubre cuál va a ser su destino

Y, a partir de ese momento, todo sobra: la absurda escena de la masturbación, la aún más absurda escena de comprobemos cuál de todas estas scream-girls no ha catado varón (lo que, supongo, venía a sustituir a las escenas subidas de tono de Holocausto caníbal), el momento incalificable de intoxiquemos a la tribu con marihuana (¿?), media docena de rubios empalados (muchísimo menos impactantes que el original al que pretenden homenajear), un ataque con hormigas caníbales hechas con CGI que cantan mucho y mal (como se dice por aquí: És precís?), la redención de la niña de la tribu (me pasé una hora de película pensando que era niño, mire usté), y la confesión final de la única superviviente, que da un supuesto giro sorprendente a la historia, y que trata de justificar que no maten a los indígenas, pobrecitos ellos, que casi me apetece catar muslito de colega al ast mientras cantamos cumbayá...

A ver, sé que dentro del género de terror, la temática caníbal no es precisamente plato de gusto (con perdón), pero hay demostraciones mucho mejores de lo que un argumento tan marginal puede dar de sí, desde la española Caníbales a la muy controvertida (y de magnífico reparto), Ravenous, pasando por la reciente Somos lo que somos. Es decir, se puede hacer una gran película con un material tan... sensible.



Mi temor es que, tras la gamberra Cabin fever y la desasosegante Hostel, su director Eli Roth ha decidido vivir de su vitola de enfant terrible (como ya hiciera, por ejemplo, Kevin Smith). O, peor aún, que sus ideas son demasiado transgresoras como para exponerlas en el celuloide (como ya le pasara, por ejemplo... a Kevin Smith), y que buena parte de la pimienta y de la mala leche haya quedado en el guión, en la sala de montaje o cortado a tijera por los censores de turno.

Por mi parte, me cuidaré muy mucho de volver a emocionarme con un par de trailers y seguiré buscando algún tesoro perdido dentro de un género que languidece por falta de ideas... y exceso de celo.

José Vilaseca


miércoles, 9 de diciembre de 2015

Política virtual

Desde que tuve edad (y presupuesto), para comprar mi primer ordenador personal (allá por el lejano 1993), una de mis ocupaciones lúdicas favoritas han sido los simuladores sociales y la gestión de recursos: Civilization, Age of Empires, Patrician, SimCity y, últimamente, Tropico y Banished. Si no les suenan estos nombres, algo comprensible por otra parte, no sufran que se lo resumo fácil: juegos donde uno se pone a los mandos de una ciudad, un país o incluso un gran imperio, y debe atender a todas las necesidades de los ciudadanos, desde los impuestos a la recogida de basuras, pasando por la exploración, la diplomacia... o la guerra.


Aunque alguno de mis detractores señalaría con facilidad mis defectos tiránicos o megalomaníacos a la vista de mis aficiones, en realidad siempre me ha parecido un reto ponerme en el papel del político de turno y comprobar (pues los simuladores así lo permiten, sin riesgo de acabar en la Bastilla), cómo encaja el pueblo las subidas de la carga impositiva, los desastres naturales mal gestionados, la corrupción o, en otro extremo, si saben premiar una buena gestión que les ofrezca felicidad general.

En estos juegos (y me temo que también en la propia vida), se observan dos grandes conclusiones, contradictorias y terribles, que siguen al estadista como su propia sombra: la mayor tiranía puede ser soportable para el pueblo, siempre y cuando se mantenga un buen nivel de alimentos, ocio y baja presión fiscal (el clásico pan y circo), mientras que hasta el Gobierno más democrático y eficaz, genera un número aleatorio e inexplicable de disidencia, malestar social y ríos de bilis (resumido en el piove? Governo ladró!). Vamos, el complejo de "norcoreanos la leche de felices y canadienses cabreados como un mandril".

Leí hace tiempo un estudio donde se enfrentaba políticas reales sobre simuladores; las subidas de impuestos provocan malestar creciente, la vida a crédito genera endeudamiento insoportable y las inversiones faraónicas consiguen crear ghettos y agrandar el hueco entre clases sociales, hasta el punto de que "el juego te echa" y game over... Vamos, como si hubiéramos descubierto la cuadratura del círculo. Al final, la mayoría de los políticos (del ultraliberalismo al comunismo militante), fracasaban en la pantalla del ordenador.

Entiendo que la política es más que un juego... pero que, al final, resulta má sencillo de lo que nos quieren hacer ver. Así que, con su permite, voy a ofrecerles algunas perogrulladas para que entiendan cómo funciona este gran juego de tronos, del cual viviremos un apasionante nuevo capítulo el próximo 20D:

* Someter a una clase media a un IRPF del 18-25% (si no más), o a un pago fijo de autónomo próximo a los 300€ es un suicidio económico. Pero, para un país con una tasa del 20% del PIB en economía sumergida, no sé bien si nos lo merecemos. ¿Somos unos chungos a los que nos gusta defraudar y trabajar en B... o nos obligan a ello?

* No hay Estado en el mundo con corrupción cero: no seamos ilusos. Pero sí debemos hacer un esfuerzo para que la corrupción tienda a cero. ¿Hace más daño un fulano que defrauda cien mil euros o cien mil fulanos defraudando solo uno? Pues eso, mientras cada cual piense en cómo no declarar nuestra riqueza (o nuestra pobreza), excusándonos en el vecino... mal camino llevamos.

* A veces, en broma, afirmo que las personas nos solemos conformar con tres comidas al día, un par de euros sueltos en el bolsillo, y que nos la chupen de vez en cuando (con perdón). Nuestros políticos tienden a olvidar esta fórmula tan sencilla: Alimento, ocio y relaciones sociales. La gestión no debe plantearse miras altísimas (¿aeropuertos sin aviones?), cuando la gente de a pie no puede pagarse ni un mísero bonobús para ir a trabajar.

* Los políticos también son personas (pobrecitos), no seres de luz. No nos hace falta un Aló, presidente ni uno de esos discursos modelo Fidel cuando aún era comandante, pero queda feo ver a quien nos gobierna a través de un plasma (me recordó, por cierto, al presidente virtual de V de Vendetta). No nos tomen por idiotas: cuéntennos las cosas dando la cara y sin aburrir a las ovejas.


¿Les parece complejo, amigos y lectores? Porque, después de cuarenta años de una interminable Transición, nuestros jefes siguen abocados (y abocándonos, que es peor), al game over más lamentable. Y aquí no vale, como en los recreativos de los ochenta, echar cinco duros y continuar la partida...

José Vilaseca

jueves, 19 de noviembre de 2015

Os vendo otra moto

Nuevo libro. Ale, así, de sopetón, sin vaselina ni nada. Un bombardeo de bondad estilo Vilaseca a través de las redes sociales, para tratar de congregar a amigos y vecinos el próximo 13 de diciembre, domingo, a partir de las 12:00 el Museo de la Semana Santa Marinera Salvador Caurón, echar unas risas, tomarnos un vino y venderos una novela a precio ajustado.

Y ahora, ¿qué? ¿repetimos lo mismo en este blog, que siempre ha sido personal y macarra? ¿o le damos la vuelta a la tortilla y rescatamos ese tono guerrillero con el que empecé a dar caña virtual allá por 2008? Pues, mira, vamos a tratar de jugar con dos barajas, a pelo y a pluma, y dar tanto la de cal como la de arena, a ver cómo sale.

Las flores se resumen sencillas: Tierra muda es mi cuarto hijo literario y, como todos mis hijos (especialmente los dos reales que coronan este humilde blog), son perfectos. Al menos, para mí. No engaño a nadie y trato de ofrecer una buena historia de intriga apocalíptica, sazonada con momentos de terror y pinceladas de crítica social, con letra clara y legible, y cuatrocientas páginas. Si no es de vuestro agrado, lo sentiré mucho; aceptaré cada crítica que reciba, porque de eso también vive el escritor. Pero tened por seguro que si os fuera a vender humo o, peor aún, mierda, me dedicaría a otra cosa.


Dicho lo cual, vamos a por la parte malvada y caótica del artículo, que es la que os mola, adorables cabritos que me soportáis (guiño, guiño). Echando la vista atrás, es el cuarto libro que publico desde 2009 y el segundo sólo este año (sumado al relato que aparece en la antología Sexnamorados); más aún, desde 2006 llevo escritos nueve libros (ocho de ellos, novelas), además de media docena inconclusos... y me da mucho que pensar.

De entonces hasta ahora, he aparcado muchas ocupaciones que me suponían demasiado tiempo y disgustos. Basta con echar un vistazo a las primeras entradas de este mismo blog para saber a qué me refiero. También se han quedado por el camino, personas que antes etiquetaba como amigos y ahora he pasado a definir como dice la canción de Gotye: alguien a quien conocí (las fotos del bautizo de mi hijo mayor o de mi boda son buena muestra de ello); en Facebook podéis encontrar decenas de frases motivadoras respecto a los amigos que dejan de serlo, así que no creo que haya mucho más que añadir.


Portada de Alguien a quien conocí

Cualquiera puede pensar, sumando dos y dos, que he tratado de llenar el hueco dejado por mi tienda cerrada, el Warhammer, los juegos de mesa, los amigos traidores, los arribistas y las locas del coño en general, a base de ecribir libro tras libro... cuando, en realidad, es al revés. Me explico: Como bien apuntó una vez mi buen David Mateo (lo cito mucho últimamente; espero que no penséis que jugaos a los gladiadores cuando nadie nos ve...), todo el tiempo que un escritor no dedica a escribir, es tiempo perdido. Cometí el error de llenar ese tiempo para escribir con aficiones absurdas (gratísimas, sí... pero absurdas), personas infames (yo y mi ojo clínico...) o, aún peor, filosofía barata en forma de blogs, foros, listas de correo, torneos, eventos y chupipandis varias, enfrascado en un esfuerzo ímprobo (y estéril), para separar los buenos de los malos. Razoné, discutí, me engorilé y, al final, comprobé lo que ya sabía: La cantidad de gilipollas integrales que hay en el mundo no descenderá por mucho que me empeñe... y lo peor que puede ocurrir es que yo mismo me convierta en uno de ellos (y, por momentos, así fue).

Cuando escribes, no hay buenos y malos: hay lectores y no lectores. A los lectores debes ofrecerles lo mejor de ti, y a los no lectores darles motivos de peso para que te lean. Punto. Estás por encima del bien y el mal y, os lo aseguro, es una postura comodísima. Puedes ahorrarte juicios de valor, o aprovechar tu ficción para deslizarlos sin que (casi) nadie se ofenda.

Sé que todo esto es mucho más difícil de decir que de hacer; más de una vez y más de dos, suelto alguna perla en las redes sociales, que provoca que algún lector potencial me catalogue de friki, gafapasta, facha, perroflauta, ateo, beato, machista, feminazi, blavero, pancatalanista, bujarrón o pichabrava... y deje de leerme. Pero ya no es como antes, por suerte, cuando cada vez que empezaba un texto con Apreciados amigos... a mi santa madre le acababan pitando los oídos.

¿Es esto una disculpa, una rendición? En realidad, es un reconocimiento: Una demostración de que aquella verdad mía no le interesaba a casi nadie, por mucha razón que tuviera. Porque, desgraciadamente, contar con pruebas sobradas de un hecho no impide que la gente mire hacia otro lado... y pilles un cabreo cojonudo. Y llega un punto en que piensas ¿qué carajo hago aquí, predicando en el desierto, cuando en casa se está de puta madre, con batín y pantuflas, tomando un cafelito y aporreando el Word como si no hubiera un mañana?

Así que, el próximo 13 de diciembre, os espero para venderos mi moto. Da igual que me ames o que me hayas odiado a muerte. Sinceramente, me la solpa. No te miraré con rencor, no te señalaré como el mono malvado de padre de familia ni desenterraré el hacha de guerra. Porque tengo más que claro que, a estas alturas de la película, aquí he venido a hablar de mi libro, como Umbral. Que en paz descanse.

viernes, 6 de noviembre de 2015

"Carne muerta" - Análisis del libro

No suelo publicar, en este blog ni en ninguna otra parte, reseñas sobre libros. Al contrario de lo que pueda parecer, leo con avidez desde mi más tierna infancia y guardo gratos recuerdos de cada una de mis lecturas, incluso aquellas (pocas) que me han dejado un regusto amargo.

Sin embargo, como comentaba con el autor (y amigo), del libro que hoy me atrevo a analizar, criticar una obra ajena es todo un ejercicio de funambulismo; más, si cabe, si su perpetrador es alguien conocido o, peor aún, cercano.

Si me decantase por una oda a la amistad, sin ver ningún defecto en el producto (qué feo suena eso de producto cuando hablamos de un libro), cualquiera pensará que he caído en la tentación del peloteo más injustificado, del socorrido amoroso beso en la boca y el siempre cobarde no vamos a hacernos daño, ¿verdad?, con la esperanza de recibir el mismo jabón cuando al autor al que he cubierto de flores le toque ponerme a mí a parir; si, por el contrario, me venzo hacia el cruel destripamiento, cuchillo entre dientes, se me acusará de envidia malsana, de rencor eterno y volveremos a los viejos (y no tan buenos) tiempos del vil Vilaseca, cuando para medio mundillo lúdico local era culpable de la pertinaz sequía, de la tasa de paro y de haber matado a Manolete. Como poco.

La ventaja de haber abrazado los cuarenta es que todo esto me chupa un pie, y me puedo permitir un lujo de hacer lo que mi conciencia me dicte. Y lo que ahora me dicta, queridos lectores, es hablaros de la novela Carne muerta de mi buen amigo David Mateo.

La versión de Carme muerta que llegó a mis manos es la edición de Dolmen exprés en formato bolsillo, publicado (si no me falla la memoria), en verano de 2015. Un resumen somero de su argumento podría ser que, tras una pandemia mortal provocada por una mano negra desconocida, todos los hombres del planeta palman de forma fulminante y particularmente funesta, dejando tan solo a las mujeres, desconcertadas y fuera de sí, para reconquistar un planeta que se cae a pedazos. Y, por si fuera poco, apenas unos días después, los varones no se conforman con quedarse muerto, y reaparecen convertidos en bestezuelas hambrientas y deseosas de morderle las prietas nalgas a las pobres supervivientes.

Bromas aparte y con toda sinceridad, el género zombi siempre ha sido de mi agrado, especialmente en el cine y en alguno de esos tebeos de los ochenta, tipo SOS o Dossier negro, que me aterrorizaban de crío con la terrible propuesta de que los muertos se alzaran de sus tumban y se jalasen con patatas al prójimo más próximo.

A este gusto, se suma una propuesta curiosa en Carne muerta, adelantada por la serie de cómics Y, el último hombre (y cuya inspiración admite David en los agradecimientos), que la parte superviviente queda en manos de las mujeres y el papel de zombi lo protagoniza el género masculino.


Para un autor varón, descubrir un nuevo amanecer de Eva supone un reto, que David supera con nota. Aunque he leído críticas salvajes, que lo acusan de perfilar a su sección femenina con trazo grueso y regodearse en temas psicológicos o eróticos desde el prisma masculino, creo que esas peleas de gatas que, en algunas escenas, acabamos leyendo, no son sino el reflejo de la competición y el rencor que muchas mujeres demuestras en su trabajo, sus estudios o, incluso, su familia, sin necesidad de caníbales cerca.

En lo que respecta a los muertos revividos, responden a un patrón similar a los infectados de Soy Leyenda (versión cinematrográfica más reciente), o el video juego Dying Light: inactivos y agazapados en su cubil por el día, rápidos cazadores caníbales al caer ,el sol. Se aleja, pues, del arquetipo del zombi lento, pero implacable, que George A. Romero grabó a fuego en el subconsciente colectivo.

¿Qué falta en el guiso? Para mi gusto, y sin ánimo de ser morboso, un matiz fálico en los asaltos (algo ya sugerido en los reavers desatados que aparecen en Serenity) o los cruzados maníacos de Crossed; ese rumor ultrareligioso de algunas de las supervivientes tendría más sentido su los involucionados fueran sátiros homicidas en lugar de máquinas de picar carne. Quizá remarcaría el fin de esa sociedad falocéntrica, que incluso en el postmorten se resistiría a dar sus últimos coletazos (con perdón). ¿Qué sobra? Pues, quizá, las descripciones de determinadas escenas, que alargan la siempre agradecida acción (especialmente en los momentos de mayor introspección).

¿Con qué me quedo? Básicamente, y a diferencia del citado cómic Y, el último hombre, donde el protagonista central y eje argumental era el varón superviviente, aquí son las mujeres quien toman realmente el mando. Una perspectiva fresca y agradecida en un género (el terror zombi), donde las féminas se habían limitado a ser víctima chillona, esposa abnegada, loca suicida o inexplicable marimacho. Así, descubrimos nuevos tipos de perfil que nos descolocan y permiten jugar con una sorpresa que, esperemos, se desvelerá en la segunda parte de este díptico.

José Vilaseca

martes, 6 de octubre de 2015

Esto ya no me da miedo

Vaya por delante que, a pesar de ser desde hace años un fan declarado del género de terror, me confieso una persona miedosa: sufro intensas pesadillas de vez en cuando, no me cuesta sugestionarme y a medida he crecido, mis miedos también han crecido conmigo. Con apenas 7 años, el alien saliendo del pecho de John Hurt me hizo huir despavorido a mi habitación... y con apenas 9 años, El Exorcista hizo lo propio.

He visto centenares de películas de terror, desde el gore más directo hasta el arte y ensayo. Como bien le comentaba a María, una aplicada alumna de nuestro taller de escritura creativa, lo que hoy te da risa, mañana te puede dar miedo, refiriéndonos a Serbian film que, vista como padre, acojona muchísimo más que "simplemente vista".

Sin embargo, ha llegado un punto en que el cine comercial de terror ha tomado una bifurcación peligrosa: El susto fácil que vende mucho y se olvida rápido, y el terror de ambiente que aburre a la muchachada y se confunde con drama lentorro. Hagan la prueba: Tomen esa película top de terror y bájenle el volumen; si no escuchan el chan chan cuando aparece la sombra, los brazos bajo la cama o el reflejo retorcido de la niña japo de pelo largo, podrán darse cuenta de si lo que están viendo es una más o una entre mil.

A pesar de todo, si han tenido a bien pasarse por aquí es porque, de un modo u otro, confían en mi humilde criterio y esperan que les aconseje respecto de alguna rara avis que dé miedito, y no solo susto. O, simplemente, están aguardando con el cuchillo entre los dientes para que les recomiende alguna cinta que consideran mala, y poder señalarme con el dedo para decir ¡Mira, mira, el vil Vilaseca no tiene puñetera idea de cine! Lo dicho, tentemos a la suerte.

IT FOLLOWS



Una muy interesante cinta de terror atmosférico, con una cierta semejanza a The ring y un ritmo pausado (pero no particularmente moroso), que juega precisamente con ese ritmo pausado para crear inquietud. La escena climática en la piscina baja un par de escalones en el ritmo de la película, pero su última imagen es, precisamente, una alegoría de la maldición eterna en el cine de terror.

THE BABADOOK


Película de extremos: O la odias, o te encanta. Drama familiar, cuento infantil, intriga psicológica dura... pero sin sustos. O apenas. Da miedo, tiene un ambientación opresora y claustrofóbica, pero cuenta con la extraña curiosidad de que los personajes humanos resultan mucho más inquietantes que la propia entidad sobrenatural. Quien conviva con niños pequeños, sabrá que su mundo puede resultar terrorífico.

TÚ ERES EL SIGUIENTE

Para quien no la haya visto, la informació básica es otra de gente encerrada, asediada por fulanos con máscaras. Pero es algo más, con peor leche, y que se basa precisamente en el hecho de que la familia protagonista hace aguas por todas partes, y al final piensas que se van a acabar matando entre ellos sin que haga falta la intervención de terceros.

LA CASA DEL FIN DE LOS TIEMPOS




Una muy agradable sorpresa del cine latinoamericano, con cierto parecido a Los cronocrímenes y una familia disfuncional que odias y amas a partes iguales. Cuanto menos sabes de ella... más miedo da. Así que no cuento mucho más, y os animo a verla. 

PERO, HASTA LLEGAR AQUÍ...
...me ha tocado ver muchas castañas. Con todos mis respetos, aquí va lo que "hubiera preferido no ver" estos últimos dos años:

--> MONSTERS: CONTINENTE OSCURO: Una película de acción regulera, lenta, con buenas ideas de ciencia ficción que se pierden en un metraje laaaaaaargo. Es un Salvad al soldado Ryan que se lo come un alien.
--> DEAD RISING: Una adaptación del video-juego de zombis del mismo nombre. Demasiado cómica para dar miedo, demasiado seria para resultar otro Shaun of the Dead. 
--> INSIDIOUS 3: Como decimos por aquí ¿És precís? ¿Hacía falta estirar el chicle más allá del díptico de James Wan? Pues parece que sí, mucho golpe de efecto, muchas manos y caras que salen de donde nadie sabía, y una más que te anima a piratear a tope de power. 
--> ANNABELLE: Repetimos, como las natillas: ¿Era necesario? Vale que en la (muy interesante) Expediente Warren la historia paralela de la muñeca maldita tuviera sentido, pero darle una película para ella sola, es como esos telefilms de perros que juegan al baloncesto y ayudan al pequeño Timmy O'Toole a confiar en sí mismo...
--> POLTERGEIST: Otro remake innecesario. Servidor, que ha sido firme defensor de los remakes bien planteados (recomiendo Amanecer de los Muertos, Las Colinas tienen Ojos y La matanza de Texas), tiembla cuando películas REDONDAS son amenazadas con un refrito. Se olvidaron de ir hacia la luz...
--> THE REMAINING: Una idea perfecta (recrear un Apocalipsis realista), que naufraga en un intento tozudo de perpetuar el cámara al hombro y recordarnos que los productores eran adventistas del Séptimo Día, y aquí palma hasta el apuntador, que todos han sido pecadores de la pradera...
--> LA PIRÁMIDE: Salvo por la escena del Juicio de Anubis (en realidad, era Ammit la que consumía el alma pecadora), el resto es un rollo infumable y oscurísimo de gente encerrada en una pirámide, básicamente por gilipuertas.

Se admiten no tienes ni pajolera idea, yo me reí en El Exorcista, o lo que os apetezca.

JOSÉ VILASECA

 


jueves, 20 de agosto de 2015

"¿Y ese señor quién es?"

Nota previa: La primera versión de este artículo se remonta a 2012. He considerado interesante compartirlo con todos vosotros. Mil gracias.

Casi resulta gracioso que, después de años con el sambenito colgado en el mundillo del hobby, alguien se refiere a mí con esa pregunta: ¿Y quién es ese señor? Supongo que podría verlo como un "paso adelante", si no fuese porque la pregunta pretendía ofender (aunque no lo consiguió), y el realidad lo que trataba de inquirir era algo así como quién carajo es ese fulano que habla en la radio, que no me gusta su careto aunque no lo vea.

Fue hace unas semanas (en realidad, casi tres años... ¡cómo cambian las cosas!), en mi colaboración semanal de Ya estamos todos, el programa despertador de Radio Sport Valencia. La sección, No me llames raro trata de tocar todos los "palos", de comic a juegos de mesa, de antiguos mayas a leyendas urbanas, pasando por el cine o el rol. Un cajón desastre, vaya, donde cada semana se intenta presentar un tema nuevo.

Ya estamos todos, el lugar donde todo es posible...


En esta ocasión, tocaba hablar del fin del mundo, y un oyente, entre los muchos que siguen el programa (siempre agradecido), que hace buena la máxima de la oposición (aquí de qué se habla, que yo me opongo), interviene... Ausente del estudio, me advirtieron de su polémica llamada en directo, echando por tierra el contenido de la sección y al autor de la misma, abajo firmante, con términos como y ese, ¿quién es? y otros de corte similar.

Desde entonces, he "sufrido" muchas de estas, tanto en las ondas, como en las redes sociales, e incluso en la "vida real"... que poco a poco acaba convirtiéndose en irreal. Comentarios del tipo por escribir un libro tampoco te consideres especial,  o bien eres un triste juntaletras o un desgraciado rayapáginas, pasando por el no te conocen ni en tu casa a la hora de comer, lo que suele crispar bastante a mi madre, que para algo me parió, y que se ha convertido en la líder indiscutible de mi selecto club de fans (dándole un nuevo sentido a las opciones comentar y compartir en Facebook).

A punto de cumplir cuarenta castañas, he llegado a un punto en que tengo bastante claro quién soy... pero que tengo más claro todavía que mi objetivo no es ser alguien, un juguete roto con quince minutos de gloria. Mi vida personal, profesional y "artística" (con perdón), es intensa y premia con creces mis esfuerzos. Agradezco cada libro comprado, cada programa de radio escuchado, cada apoyo y cada palabra de ánimo; me han enseñado que es de bien nacido ser agradecido, y respeto las enseñanzas de mis mayores.

No sé dónde me llevará ese camino... pero os puedo asegurar las meta que no quiero alcanzar: No quiero ser una marca registrada sin ningún contenido, un ídolo con pies de barro, la sombra de otro a base de criticarle. Deseo seguir compartiendo cosas (novelas, artículos, comentarios, secciones de radio, opiniones, juegos de mesa, proyectos...), con todos los que así me lo expresen; lo haré con afecto, con profesionalidad, con cariño... pero nada más. No espero que nadie me crea a pies juntillas, que nadie me adore, que no me critiquen por miedo.

Soy el que soy, y hay siete mil millones de personas más en este mundo en los que fijarse, si es que mi vida te chupa un pie, si te caigo mal, si no aguantas mi voz o si mis libros te parecen odiosos. Empeñarse en seguir dándome la brasa ya es cuestión de puro masoquismo.

José Vilaseca

miércoles, 19 de agosto de 2015

Escribiendo (I)

El problema principal de tratar de abarcar mucho es que, como asegura el refrán, se acaba por apretar poco. No puedo quejarme, en absoluto, de todo lo que he ido haciendo durante la primavera (la presentación de Historia de Valencia en pildoritas fue un éxito, al igual que las distintas ferias del libro a las que he podido asistir -Castellón, Vila Real, Moncofar...-, por no hablar de una nueva temporada más en Radio Esport Valencia y la próxima colaboración en la emisora de Vicente Alventosa, Play Radio 107.7 FM)

Sintiendo Valencia a tope de power...


 Sin embargo, mi furor creativo supone, por qué no decirlo, cierto abandono de este blog. En cierta forma es una lástima, sobre todo porque ha sido mi particular diván durante varios años, donde pude ciscarme alegremente en los muertos de un montón de hijos de perra del más diverso pelaje, reírme de un montón de vidas miserables (algunas de las cuales se empeñaban en compartir sus miserias), y dejar constancia de lo que he dado en llamar "el estado de la afición", apropiándome sin pudor alguno de aquella sección de la desaparecida revista de juegos LIDER; el problema es que, llegados a este punto, estando "la afición" en estado crítico, y servidor mucho más por la labor de nuevos e ilusionantes proyectos, poco a poco voy alejándome de este lugar.

Cuento con twitter, con grupo propio de facebook y con varias plataformas virtuales para ir "soltando mi lastre", por lo que... ¿qué podía hacer con mi blog personal? Pues intentar centar buena parte de mis inquietudes literarias y, así, tenerlas todas localizadas. Le ponemos un título y a correr, ¿de acuerdo?

ESCRIBIENDO (I)

Y, si os parece bien, vamos a empezar por escribir. Así de sencillo. Disfrutaba de un cortado en la cafetería Goig de Moncofar, justo tras la charla musical Jazz & Series que nos marcamos junto con el grupo Bluet (nótese el tono pedante y gafapasta de la introducción), cuando tuve la oportunidad de charlar con un par de amables camareros, que me hicieron partícipes de su intención de escribir en un futuro próximo y, con suerte, publicar; cuando alguien me comenta su deseo de ponerse frente a la temida hoja en blanco, siento algo brillante asomando en mi interior. Les animé con toda mi vehemencia para que lo hicieran. Nada de paternalismos tipo oh, te queda un gran camino por recorrer, nada de derrotas anticipadas del estilo escribir es muy difícil, y todavía lo es más el publicar. 

Con esta guisa me presenté en la Feria del Libro de Moncofar, en el stand de Librería Shalakbula

Recuerdo la maravilla de Pixar llamada Ratatouille, donde el chef fantasmal que se le aparecía a la rata protagonista insistía en que cualquiera puede ser cocinero; siempre he coincidido con ese personaje en que cualquiera puede escribir. Que nadie os engañe: no se nace escritor. No hay nada genético en ponerse a pintarrajear folios y parir best-sellers por nuestra cara bonita. Los juntaletras no pertenecemos a ninguna casta especial, a un grupo de privilegiados, por mucho que algunos se empeñen en rodearse de un halo especial, como si no cagaran cada día y medio (más o menos) o no se sobaran los genitales cuando les pica la cosa.

¿Tienes algún amigo escritor? ¿le has visto algo especial que lo diferencie de ti, llegado el caso? Pues a eso me refiero.

El camarero de Goig me hablaba de la constancia, y le puse un ejemplo muy sencillo: él quería escribir sobre tema deportivo, superación personal y educación física. Le señalé mi único abdominal y le dije mira, es sencillo; yo sé que tendría que ponerme a hacer ejercicio, ser constante, llevar una rutina... pues escribir es lo mismo. Echando la vista atrás, recuerdo la época universitaria, con más obligación que ocio, y cada vez que trataba de escribir apenas contaba con ánimo. ¿Era mal escritor? ¿me faltaba inspiración? No, simplemente había perdido la mecánica, tenía que forzar mi imaginación; si hay un único principio fundamental a la hora de escribir, es saber que nuestra imaginación es el mejor amante: responde a las caricias, a las insinuaciones, es inagotable... pero no podemos pretender que responda a nuestro deseo de estar contigo, bailar contigo y tener contigo una noche loca (y besar tu boca), así, de repente, en un aquí te pillo, aquí te mato, cuando nos hemos pasado meses sin tocarla con un palo. En realidad, si nuestra imaginación tuviera boca, nos animaría a sacudirnos la nutria en un rincón oscuro y dejarla en paz, que le duele la cabeza y mañana madruga...

Ya sé que el cerebro no es un músculo... pero, a largo plazo, funciona igual: uno no puede pretender correr la Maratón de Nueva York sin preparación alguna, del mismo modo que no puede plantearse escribir una novela sin antes haber matado a un buen montón de árboles, preparando el terreno.

Así que, mi primer consejo si usted, amigo o vecino, quiere escribir... es que escriba. Microcuentos, relatos, artículos, entradas de blog, cartas al director en su periódico favorito, reflexiones en su red social... Ya llegará el momento de saltar a la novela, si nos apetece (que, ojo, no es obligatorio). Pensemos, incluso, que ahora escribir sólo supone llenar páginas virtuales, y no comprarse los folios de quinientos en quinientos, como cuando hacía servir el mamotreto de aquí abajo.

Aunque sea difícil de creer, el abajo firmante empezó a escribir
sus cositas con un mamotreto así, allá por el 82...

Dicho esto, a descansar. Espero que la entrada haya sido de vuestro agrado y, si os apetece, en breve iré compartiendo algunas más. Un saludo

José Vilaseca




martes, 16 de junio de 2015

Conversaciones interminables

Una de las mayores ventajas de la era de la información, los “mass media” y las redes sociales, es que uno tiene a su alcance un sinnúmero de formas de comunicación distintas, generalmente instantáneas y con un público potencial enorme. Algo que, inicialmente, sólo puede suponer ventajas, cuenta con un defecto que se está comenzando a convertir en vicio: Se trata de la (mala) costumbre de extender hasta la náusea una conversación agotada, o eternizar un diálogo de besugos.

Siempre he dicho que una opinión es como un culo: todos tenemos uno, pero no tiene por qué gustar a quien se encuentra frente a nosotros. Y de igual modo que algunos exhibicionistas se empeñan en ponernos sus posaderas a pocos centímetros de nuestra “jeta”, existen nudistas de la opinión que se empecinan en convencerte de “sus mierdas” por lo civil o por lo criminal.

Da igual que sea en un discurso, en un debate televisado, en una comida familiar o en la no tan aséptica red social de turno; raro es no encontrarse con un fulano (o una fulana, con perdón), que hace del diálogo, batalla, y más allá de convencerte o derrotarte, se empeña en agotarte.

Cierto es que hay días que uno está dispuesto a batirse el cobre como un buen Castelar, y que le hablen de lo que sea, que contestará… ¡claro que contestará! Pero igual de cierto es que hay momentos que, como se dice vulgarmente, no se tiene el “chichi” para muchos farolillos, y a uno le sobran los silbidos al Himno, el tripartito, el eremita de Emarsa, las barricadas y los parapetos, y le apetece discutir entre poco y nada; quizá por falta de tiempo, de ganas o de miedito a acabar como el Rosario de la Aurora.

Y es en este preciso instante donde, en ocasiones, la naturaleza cansina de nuestro adversario dialéctico se desata, y no se calla debajo del agua. Podemos insistir en frases hechas y proverbios, como aquello que “dos no discuten si uno no quiere” o “cuando no tiene nada bueno que decir de alguien, mejor callarse”, porque seguirá dale molino al torno como si no hubiera un mañana, y poco le importará que le ignoremos, que nos alejemos prudentemente o que nos hagamos los despistados: se llegará a sentir incluso ofendido por no participar en su insufrible monólogo.

Porque, del mismo modo que en ocasiones envidio a los norteamericanos, por fomentar el debate y la confrontación de ideas y posturas desde el más tierno “collage”, echo de menos alguna asignatura que nos enseñe, a todos en general y a más de uno en particular, a que no querer seguir una conversación no en signo de derrota, sino de cansancio.

Que empeñarnos en alargar un diálogo, cuando la persona que tenemos enfrente está aburrida o molesta, está más cerca del masoquismo que de la política. Y que, definitivamente, para leer o escuchar determinadas tonterías, y esperar una respuesta, soy de los que retira la palabra, la atención y la respuesta; si hay siete mil millones de personas en el mundo, por ignorar conscientemente a una, no creo que pase nada, ¿verdad?

Nota: Este artículo fue publicado en la sección "Perdone que no me levante" en el diario ElPeriodic.com el 18 de junio de 2015


lunes, 25 de mayo de 2015

Castelloneando

Por circunstancias de la vida (de la vida literaria, en este caso), durante las últimas semanas me encuentro en proceso "evangelizador" en tierras castellonenses, tanto en cuerpo como en espíritu. No es que desconociera completamente la provincia que corona nuestro Reino centenario (uy, qué patriótico me ha quedado), pero mis visitas a ese maravilloso lugar situado entre el Cenia y el Palancia (más o menos), se limitaban a un par de escapadas vacacionales a Peñíscola y un recorrido terrorífico, de vuelta de un Torneo de Warhammer en Zaragoza, con mi madre a través del puerto de Morella.

Pues verán, amigos y vecinos (y algún talibán suelto de los que todavía sigue este blog por puro masoquismo); he de admitir que tengo un romance (ortográfico) con una bella doncella de Vila-Real llamada Sicilia Nuño que, miren qué cosas, regenta una pequeña editorial. Como soy un guarrete, comparto su sección radiofónica (erótica) mientras ella me acompaña en mi sección radiofónica (raruna). Y como soy un vendido y un pelota, le voy ayudando con su editorial Edisi, que es un proyecto bastante majo para promocionar autores noveles con un buen libro entre manos (y que, al menos, es lo suficientemente honesta como para no organizar votaciones masivas de sus propios libros en Amazon, a diferencia de otros...)

 Portada de Tus ojos en mis hojas - El texto de la izquierda lo he perpetrado yo...

Con todo, ya he tenido el placer de conocer a varios autores locales e incluso de ayudar a revisar o maquetar sus manuscritos (Ángeles Masones, de José Sanchís o Tus ojos en mis hojas, de Isidro Carbonell, pasaron por mis manos), además de poder participar en la Feria del Libro de Castellón y en la de Vila-Real que, para un año está mejor que bien.

Con María Rubio, intercambiando rehenes en forma de libro

En la primera, por cierto, tuve la celebrada casualidad de toparme con nuestra querida (y no sé si recordada u olvidada) Éphira (léase Miriam), a quien ya dediqué algunas palabras cargadas de maldad y vilasequismo hace más de un lustro (¡cómo pasa el tiempo!), y que ofició de cuentacuentos durante la jornada que compartí mesa de autores con José y María Rubio, la jovencísima escritora de La vida de un soñador. Este fugaz encuentro me demostró que, para lo bueno y para lo malo, la vida nos pone en el lugar que nos corresponde, y que cuando alguien te diga oye, a ver si compro tu libro y me lo firmas, tienes que correr como un condenado en dirección a la pila de tus legajos y colocárselo debajo de la nariz para que se rasque el bolsillo y no se escape. Porque, claro, se escapó sin rascarse el bolsillo...

Y aquí me tienen: en un lugar que ni en mis mejores sueños hubiera imaginado hace unos cuantos años. Escribiendo, publicando, vendiendo, firmando y ayudando a que otros lo hagan. Como siempre, esa pequeña parte de mí, caótica y vengativa, se sentiría especialmente satisfecha de empezar a repartir el clásico ¡zas, en toda la boca! a muchos de los que metieron palos entre los radios de mis ruedas, pero créanme que, ahora, no es por falta de ganas. Es por falta de tiempo.

José Vilaseca Haro

lunes, 18 de mayo de 2015

Un voto por caridad

Aunque, a estas alturas de la película, muchos de ustedes, pacientes lectores, me habrán situado dentro de las muchas corrientes políticas que campean por España (uy, qué madridista me ha quedado esto…), procuro mantener separado mi perfil ideológico de mi perfil literario. Básicamente, porque ya me cuesta bastante conseguir que alguien lea mis artículos o compre mis libros, como para ir perdiendo amigos por alzar esta mano o aquel puño, o acercarme a determinado color.

Precisamente por esto, puedo afirmar sin temor a que demasiados de ustedes me den la espalda, que nuestro país se ha convertido, en lo que a política se refiere, en un desierto donde se hace campaña un mes, se vota un día… y nos quejamos amargamente durante cuatro largos años. Caemos en el muy italiano “piove… Governo ladró!” y nos la trae al fresco que al frente de nuestros designios haya un hombre o una mujer, o que sea de izquierda, de derecha o de centro: Es un tentetieso inútil, probablemente corrupto, y aparte de que tiene menos gracia que chafarse los cataplines con la tapa de un piano, suele ser hasta feo.

Y a mí, qué quieren que les diga, me dan lástima. Incluso aquellos que no son “de mi cuerda”. Siempre he pensado que gobernar españoles requería un molde particular porque, entre ustedes y yo, somos de un “especialito” que da miedo. Y no pongo ejemplos de nuestras “virtudes” porque, como he dicho al principio, no quisiera linchamiento virtual ni dramático descenso en las ventas de mis legajos.

Así que voy a limitarme al reduccionismo más sangrante. Voy a pensar que, usted que me lee, es una de estas dos clases posibles de ciudadano: el que está hasta el Arco del Triunfo que le mangoneen y quiere un cambio, o el que considera que en su ciudad o su región, quien lleva el timón lo está haciendo razonablemente bien, y merece la pena confiar en su palabra, su talante o su gestión.

Precisamente por ello, voy a animarles a votar el próximo fin de semana. No me sean cómodos: Votaron a Rosa en “Eurovisión” y a Belén en “Gran Hermano VIP”, así que no hay excusa posible. Dense un paseo este domingo, acérquense a su colegio electoral, y piensen que, para lo que harán con toda libertad, hemos tenido que sufrir siglos de caciques, de derechos de la primera noche, de pernada y de esclavos.

Dígale, señora, si se atreve a sus hijos y nietos, que hace apenas años, el cabeza de familia (varón), votaba por usted. Dígale, señor, a los suyos, que tuvo que emparedar a un Cristo o enterrar el carné de un sindicato, porque había gente dispuesta a matarle por aquello en lo que creía, fuera divino o humano.

Y, cuando esté delante del cubículo cuadrado y transparente, vote en conciencia. Pero vote, “jodío”, que luego ya tendremos cuatro años para quejarnos.

Nota: Este artículo se publico en el diario Elperiodic.com el 18 de mayo de 2015

miércoles, 22 de abril de 2015

Lean, con perdón

El día 23 de abril se celebrará (o se habrá celebrado, según cuándo puedan leer este artículo), el Día del Libro. Y, miren ustedes por dónde, el 10 de abril tuve la oportunidad de presentar, en el Museo de la Semana Santa Marinera de Valencia, mi último libro, “Historia de Valencia en pildoritas” (hecho que fue reseñado por nuestro apreciado Paco Varea en estas mismas páginas virtuales).

Con esas dos premisas, cualquiera pensaría que voy a animarles sin ningún pudor a que compren mi libro, lo que convertiría a esta reseña en una cuña publicitaria descarada. No es esa mi intención… lo que no significa que no vaya a tratar de convencerles que rasquen el bolsillo para invertir en literatura.

Se atribuye a Pío Baroja, la frase “el carlismo se cura leyendo, y el nacionalismo, viajando”. No sé si serán ustedes carlistas, o nacionalistas, pero les puedo asegurar que la lectura cura muchos otros males. Principalmente, la ignorancia, lo que en los tiempos que corren, no es precisamente baladí.

Y es curioso que, actualmente, en plena sociedad de la información, siendo capaces de comunicarnos con cualquier parte del mundo de forma prácticamente instantánea, tengamos que reabrir el viejo debate y nos encontremos con tantísimos ejemplos de “cultura mejorable” a nuestro alrededor, desde despedidas de cargo público preñadas de faltas ortográficas, pasando por invenciones políticamente correctas (ese “miembras” de la inefable Bibiana Aído aún me provoca dentera), o ataques repentinos de “caloret”.

Hay en la red un “sketch” particularmente divertido de “La hora de José Mota” donde un tipo incapaz de leer la carta de un restaurante de lujo y que acaba pidiendo vino de garrafón, se revela como concejal de cultura, lo que resulta revelador acerca de la importancia que la cultura en general, y la literatura en particular, tiene para la sociedad en la que vivimos.

Ya sé que leer en la cama, a partir de cierta edad, provoca un sopor insoportable, valga el juego de palabras. Sé que no todos, ni siempre, tenemos tiempo para redescubrir “El Quijote”, ni para viajar con Julio Verne o tratar de imaginar un mejor papel para nuestra armada en el Trafalgar de Pérez Galdós, así que lo mejor que podemos hacer es, en castellano puro y duro, irnos a cagar. Sí, perdonen que se lo diga, váyanse a cagar y envíeme a cagar con toda confianza. Sobre todo porque, en esta modernidad acelerada que nos ha tocado vivir, el mejor lugar que podemos encontrar para dedicarle diez minutitos diarios a la letra impresa es el bendito trono del descomer.

Porque, del mismo modo que el tango “Cambalache”, nos hablaba de la Biblia colgada junto a un calefón, tenemos la libertad para colocar un hermoso revistero frente al blanco marco de nuestras nalgas y, ya que algunos se han empeñado en tirar su educación, su cultura y su lengua por el retrete, reivindiquemos que lo primero está para evacuar… y lo segundo para conservarlo a buen recaudo.

PD: Para quien no conozca la anécdota, las biblias que se colgaban “en el sable sin remache” eran las evangélicas, que se regalaban a comienzos de siglo puerta por puerta, y cuyo papel era de calidad aceptable y, evidentemente, mucho más barato que el tisú higiénico…

Nota: Este artículo fue publicado el 22 de abril de 2015 en el diario ElPeriodic.com

viernes, 20 de marzo de 2015

Presentación del libro "Historia de Valencia en pildoritas"

Pues sí, lo he conseguido de nuevo. Y, de nuevo, valga la redundancia, estoy aquí para anunciarlo. Otra aventura literaria del vil Vilaseca que llega a buen puerto y que espera contar con vuestra bendición y/o vuestra crítica... pero, por encima de todo, con vuestra presencia.

Aún recuerdo cuando, allá por 2009, ese proyecto titulado Padre Muerte comenzó a tomar forma, y muchos pensaban que me había limitado a fotocopiar un montón de páginas y encuadernarlas en gusanillo, como si de un trabajo escolar se tratase. Quizá sea una de las maldiciones del escritor, hacer pensar a todo el mundo que tu fiebre creadora pueda acabar siendo un bloque de folios presentados de aquella manera, fácilmente aparcables en el rincón del ya le echaré un vistazo después. 

No quisiera que esta entrada en mi blog personal se convirtiese en otra sensión de látigo en contra de anónimos y exaltados que, ciertamente, hace tiempo que apenas levantan la voz (siquiera la voz virtual), así que, lo mejor es explicar qué es Historia de Valencia en pildoritas y a qué se debe su existencia.

Ciertamente, en septiembre de 2011 (si mal no recuerdo), mi buen amigo y maestro de ceremonias radiofónicas, Emilio Navarro, conductor del programa Ya Estamos Todos en la 91.4 FM de Valencia (sí, quién me iba a decir a mí, levantinista irredento, que iba a acabar colaborando en la emisora de Julio Insa...), me propuso hacer una sección breve y directa sobre historias, leyendas, anécdotas, personajes emblemáticos y curiosidades de la ciudad del Turia.

La propuesta caló entre la audiencia (no quiero emplear los términos fue un éxito indiscutible o similares, por simple humildad... pero gustó y mucho, para qué negarlo), y poco a poco las leyendas del cap i casal, crecieron hasta convertirse en Historias del Antiguo Reino de Valencia y, desde la temporada pasada, en Historias de España en pildoritas. Y hasta que el cuerpo aguante.

El formato no tiene más secreto que cuatro o cinco minutos comentando una curiosidad histórica de nuestra piel de toro. Sin embargo, ilustran, divierten y no aburren, creando una sana adicción que te anima a seguir escuchándolas semana tras semana. El siguiente paso, evidente por otra parte, era darle forma de libro y mantener la estructura concisa y didáctica que tenía su hermana mayor en las ondas.

En total, más de cien historias, muchas de ellas ilustradas por la mano maestra de Ana Muñoz, indumentarista y pintora, y mi hermana Mari Vilaseca, fotógrafa, que forman una historia de las historias de Valencia sorprendente y divertida. Algo más que un libro de Historia que, espero, tengáis a bien compartir conmigo el próximo 10 de abril. Os espero



José Vilaseca

Breve edición: Para quien esté interesado, En Valencia, el libro está disponible en el Kiosco Carettocopia (Avda/. Antiguo Reino, 14), así como en las distintas librerías París Valencia, en Papelería Galindo (c/. José Benlliure, 110 - Canyamelar) y en el estudio fotográfico Marvi (c/. Justo Vilar, 9 - Canyamelar)

lunes, 16 de marzo de 2015

Las armas en la Semana Santa Marinera (VI) - Legionarios romanos

Después de cinco artículos sobre las distintas guardias y antiguas Corporaciones Armadas que pueblan nuestra querida Semana Santa Marinera, parece que ya estaba todo dicho: Dedicamos sendos monográficos a las Hermandades en cuyo nombre aparecen dos de los soldados romanos más cercanos a la Pasión y Muerte de Nuestro Señor (Pretorianos y Longinos), viajamos al Imperio Romano de Oriente para recordar a la Guardia Bizantina de la Hermandad del Cristo del Perdón, fuimos cruzados con los Sayones y vencimos las guerras napoleónicas al frente de los Granaderos. ¿Realmente hemos finalizado?

En realidad, no. Y quizá, el artículo de hoy llega en un momento especialmente complicado, en el que ha quedado abierto el debate en Junta Mayor acerca de la idoneidad de determinadas guardias armadas, debido a la petición de la Hermandad de la Coronación de Espinas del Cabanyal. Sin entrar a valorar tal aspecto, pues no es esa mi intención en ningún momento, sí me gustaría complementar el recorrido por la Legión romana, reflejada en distintos y diversos legionarios vistos en nuestra procesiones, y especialmente del equipamiento que portaban.

A nuestros legionarios semanasanteros los hemos visto portar el gladius, o espada romana, la lancia de larga asta y el scutum (o escudo de campaña), siendo quizá el de la siguiente fotografía el que mejor representa históricamente el escudo que se portaba durante las contiendas (y que, puedo dar fe, pesaba considerablemente).


Aunque quizá no debiéramos tratarlo como tal, el flagelo (flagrum taxillatum), que portan los legionarios de la Real Hermandad de la Flagelación del Señor, aparece tanto en nuestras procesiones como en las Sagradas Escrituras, y le dedicaremos un par de líneas.
 
El flagelo corto estaba formado por un mango de unos treinta centímetros, con varias tiras de cuero sueltas o trenzadas (el flagelo de nuestra Hermandad semanasantera porta tres, pero en ocasiones podía haber más tiras), de largo no siempre uniforme, que tenían atadas a intervalos tanto pequeñas bolas de hierro, así como pedazos afilados de hueso de oveja; el castigo de la flagelación estaba reservado a quienes no fueran ciudadanos romanos (ya que estos sólo eran fustigados).

Del mismo modo, la flagelación se solía producir durante el recorrido del tribunal al lugar donde se iba a ajusticiar al reo, y tan solo ocurría en el propio tribunal cuando la pena de flagelo era sustitutiva de la pena capital (tal y como se lee en Lucas, 23: “Nada ha hecho, pues, que merezca la muerte. Así que le castigaré y le soltaré”).

Podemos pasar ahora a la guardia romana del Ecce – Homo.
Quizá lo más característico de esta guardia (como ocurre con los Pretorianos), sea la coraza de una sola pieza. 

Es cierto que los distintos legionarios romanos empleaba la lórica (segmentada, hamata o anillada y escamada), pero la influencia del linotórax griego hacía que en algunas formaciones auxiliares, así como en diversos mandos superiores, se mantuviera la coraza de una pieza, que protegía pecho y espalda y que solía hacerse a medida, de cuero endurecido con incrustaciones (como ocurre en el legionario visto en la Hermandad de la Coronación de espinas, con un peto de evidente inspiración cinematográfica), o incluso de bronce.
En el caso de Coronación de Espinas, uno de los detalles que podríamos comentar sería la forma del casco, de inspiración helena. Recordemos que en la época imperial, el casco (también llamado gálea), contaba con protecciones para el rostro más pequeñas que las que aparecen en la foto y, sobre todo, articuladas a la altura de las sienes, tal y como podemos comprobar en este gráfico:
Pasemos, si queréis, a la guardia romana de la Hermandad de la Crucifixión del Señor y, en este caso, detengámonos en la túnica, de un brillante color rojo. Al respecto del color de las túnicas de los legionarios, tal y como hice con uno de los lectores de este blog en la última entrada (desde aquí un saludo a Guillermo), rescato una breve reseña de Julián Torrecillas, profesor de la Universidad de Castilla – La Mancha, citando a Phillip Matiszak, que explica muy bien el tono de estas túnicas.
La túnica del legionario sufre un enorme desgaste y hay que renovarla más o menos cada dos meses... y cuesta seis denarios la más barata. La túnica de faena suele ser de paño sin teñir, y la de paseo blanca. Como este color se consigue con orina y vapor de azufre, el legionario se llevará la primera vez una impresión inolvidable.
Es de una sola talla, tan ancha como larga, quedando por encima de la rodilla. Es mejor una de cuello ancho por el que poder sacar el brazo dejando el torso al aire. Además, con un cinturón en la cintura, sirve para guardar cosas que sacaremos por el cuello. En climas cálidos es conveniente que sea de lino, y en fríos de lana.
Su limpieza se hace de forma colectiva, por lo que los colores irán difuminándose entre todas las de la unidad. El tinte blanco es más fácil de mantener y, además, las manchas se localizan buen (una fibra sucia que entre en una herida puede ser mortal). El tinte roja –la rubia-, es barato, fácil de conseguir y enmascarar las manchas de sangre sangre, pero la verdad es que al legionario le importa poco si no es la propia. Como destiñe rápidamente por efecto del sol, lo legionarios suelen volver de campaña con un rosa de lo más coqueto. 
Es difícil que un legionario romano vistiera un rojo tan intenso, especialmente a partir del primer lavado comunitario o tras unas cuantas jornadas de campaña. Quizá sea más difícil de visualizar ese calzón largo que asoma hasta la rodilla, del mismo color que la túnica.

Quizá precisamente ese tono ligeramente rosado o beis de la túnica se asemeje mucho más al de los legionarios del Santo Silencio y la Vera Cruz que podemos ver en la siguiente imagen.
 
aunque, como ya comentamos en su momento, el tipo de escudo que portan sea demasiado pequeño para el legionario, y sí más adecuado para la caballería auxiliar, que difícilmente podría cargar consigo el pesado scutum

Finalizaremos con un elemento del que apenas hemos hablado y es precisamente el calzado. ¿Es correcta la bota cerrada que vemos en los soldados del Santo Silencio o resulta más adecuada la sandalia? En realidad, el legionario romano portaba las caligae, de cuero remachadas con clavos, tal y como vemos en la imagen.
Este tipo de sandalias son muy recomendables para aquellas personas que quieran organizar una recreación histórica y vayan a caminar campo a través. El problema es que para nuestras procesiones son impracticables (especialmente en las zonas del Cabanyal – Canyamelar que aún tiene adoquines, o sobre el mármol de nuestras iglesias), y pueden provocar accidentes.

Hasta aquí mi reseña de hoy, esperando que haya sido de vuestro agrado.
JOSÉ VILASECA HARO

Las armas en la Semana Santa Marinera (V) - Guardia bizantina

Con mis mejores deseos de que esta haya sido una Semana Santa inolvidable para todos, les traigo de nuevo esta curiosa mezcolanza de historia y tradición, recreación bélica y religiosidad, con una llamativa guardia que, a pesar de tener bastante tradición en nuestra Semana Santa Marinera, apenas pudimos disfrutar unos años gracias al trabajo de la Hermandad del Cristo del Perdón. 
 

Se trata de la GUARDIA BIZANTINA (que, en su momento, fue conocida como Guardia Vicentina en su forma popular), y que representa las tropas de Bizancio, el Imperio Romano de Oriente, fundado por Constantino I allá por el 330 después de Cristo. A nivel histórico, fue de gran influencia como bastión cristiano durante las primeras Cruzadas pero para el mundo occidental, su ruptura con el Imperio Romano de Occidente y, posteriormente, su distanciamiento con el Sacro Imperio Romano Germánico, lo convierten en unos grandes desconocidos.

A pesar de ello, tanto Constantino como la emperatriz Elena consiguieron grandes hitos para la Cristiandad: El empleo generalizado de la cruz como símbolo del cristiano (a diferencia del pez durante los primeros tiempos), la búsqueda de los lugares santos y de las sagradas reliquias (el Santo Sepulcro, los clavos de la cruz o clavi sacra, etc…)
 

Ciertamente, existían muchos distintos tipos de guardias bizantinos, sobre todo porque su posición estratégica hizo que gentes de todos los lugares viajara a Constantinopla como mercaderes, siervos y mercenarios, y ofreciera sus servicios a uno de los mayores reinos de Oriente. Por ejemplo, la guardia varangia o varega , que sirvió de escolta personal a los emperadores bizantinos, tenía procedencia nórdica (vikinga, al comienzo, y danesa y anglosajona posteriormente), y estaban armados con grandes hachas. Salvo algunos detalles en las capas y los escudos, poco se distinguían de los piratas que asediaban las costas del Mar del Norte.


La guardia bizantina, al igual que sus coetáneos occidentales, se equipaba con una armadura laminada o anillada (atrás quedaron ya los años de la lórica segmentada del clásico legionario romano), y con varios tipos de escudos. 
 

La infantería portaba, generalmente, escudo ovalado llamado skuta, que le permitía combatir con una nueva forma de lucha, importada de las últimas invasiones germanas, llamada muro de escudos, de corte mucho más defensivo que la falange o la manípula. Otros, generalmente la infantería ligera y la caballería, portaban otro, redondo, de unos 70 cm. de diámetro llamado thureos.


Las armas que portaban era, básicamente, una pequeña cantidad de lanzas cortas, arrojadizas, que les permitía acabar con los blancos cercanos una vez levantaban el ya mencionado muro de escudos. Una lanza más larga, de unos tres metros y medio de largo, llamada kontos o kontarion que les permitía combatir a media distancia, y una espada larga, muy similar a la que importaron los bárbaros en sus últimas escaramuzas, y que “jubiló” al gladius en esta nueva forma de lucha.


La espada o spathion, de doble filo, medía poco menos de un metro de longitud, y nos recuerda a la gran mayoría de las espadas medievales, con el detalle de la empuñadura, de corte oriental.


La guardia bizantina que hemos visto desfilar en nuestra Semana Santa Marinera, respeta la forma de la coraza, el faldón y la espada, aunque erra en el diseño del escudo, que debería ser ovalado en lugar de rectangular. Del mismo modo, el casco bizantino tenía claras reminiscencias orientales (ligeramente ovalado, rematado en punta en muchas ocasiones, y con plumas caídas), mientras que en el caso de nuestros soldados observamos un casco muy parecido al de los legionarios romanos de la época de Claudio o Tiberio.
 

A pesar de ello, hemos de elogiar el esfuerzo por mantener viva una tradición de la que apenas quedan testimonios gráficos (agradeceríamos que alguien compartiera con nosotros alguna imagen de aquella guardia bizantina primigenia), y que sin duda forma parte de la herencia viva de nuestra Semana Santa Marinera.
 
 
 
JOSÉ VILASECA HARO