miércoles, 30 de octubre de 2019

Analizando (socialmente) una nómina

Ayer recibí mi nómina. Tengo la suerte de contar con una nómina generosa, y más en los tiempos que corren. Aunque mi mujer no trabaja fuera de casa y hay que “repartirla entre cuatro” no me puedo quejar, en absoluto. Sin embargo, hoy quiero hablaros de “la nómina que no cobro”

Entre pitos y flautas, me retienen la nada despreciable cantidad de 1000€. Todos los meses. Como yo sí creo en la democracia, entiendo que es mi justa aportación al sistema de bienestar social en el que vivo, pero muchas veces me pregunto dónde va exactamente ese dinero.

Me pregunto si las prostitutas que, presuntamente, pagaron altos cargos del PSOE de Andalucía salió de mi dinero. Me pregunto si los daños provocados por los sediciosos en Barcelona se pagarán con mi dinero. Me pregunto si el subsidio de quien trabaja también en B sale de mi dinero.


Me pregunto si las ayudas a los MENAs, esos que veo los lunes al sol, siempre con el porrete y el móvil de última generación, sale de mi dinero. Me pregunto cuánto de los 4 millones de la EMT que Grezzi ha “despistado” en Valencia, por una supuesta estafa, salió de mi dinero. Me pregunto qué parte de esta segunda campaña electoral en un año sale de mi dinero. Me pregunto qué parte de las subvenciones a libros en catalán escritos por valencianos, que no venden un pimiento (salvo en colegios, como lectura obligatoria), sale de mi dinero.

Me pregunto cuánto de mi dinero hay en esa Iglesia católica que fomenta el separatismo en Barcelona, el nacionalismo en Euskadi o que esconde al cura de al lado de mi casa en el culo del mundo, para que no trascienda que grabó vídeos practicándole felaciones a su amante emigrante.
(Esto último no es una bravata: ya visteis lo que publiqué ayer). Pero también me pregunto cuánto de mi dinero hay en el bolsillo de los imanes de las mezquitas que recomiendan a sus fieles pegar a sus esposas, o que sigan considerando sucias busconas a las mujeres occidentales.

Podría encabronarme y hacer como esa concejala emigrante de ERC que, mientras afea a Abascal que nunca haya cotizado fuera de la política (lo que no es malo en sí mismo, pero nos enseña la clase de dirigentes que podemos tener), ella misma admite sin rubor que se pasó dos años trabajando sin cotizar (hablando de “pasar hambre” en España, tócate los cojones Maríamanuela).

O podría hacer como Echenique, y dejar de pagar la seguridad social a mi asistente personal (si lo tuviera). O como los Pujol, y repartir mi “herencia paterna nunca declarada del todo” en Andorra, Suiza y lugares igualmente exóticos. O como todos los que no han cotizado jamás fuera de la política

Llegado el caso, podría colgarme del ojal un lazo de colores y decir que “España me roba”, y montar barricadas y parapetos con cosas ardiendo, todo muy fallero, pidiendo que mi casa sea declarada república independiente de Ikea, y mandar a mi hijo de embajador de los Vilaseca a la Guayana (pagado, claro)

Pero yo no soy así. Yo creo en mi tierra, que es Valencia y es España. Y cotizo por mi trabajo y por mis libros. Me preocupa que los políticos hagan buen uso del dinero público, pero jamás me veréis excusarme en “lo mal que está todo” para dejar de pagar impuestos o ir en contra de la Ley. Porque toda excusa para saltarse la Ley que no pase por la democracia dentro de esa propia Ley, es delito. Toda masa que imponga su voluntad saltándose la Ley, es turba. Y ni antorchas ni saludos romanos ni puños en alto ni hoces ni martillos ni cruces gamadas valen más que tu voto.

jueves, 24 de octubre de 2019

Vividores del sistema, de la letra... y "ganapremios" en general

Tras el (discutible), Premio Nacional de Narrativa a Cristina Morales, y la discusión en redes sobre si el premio tiene que ver con su calidad literaria o su activismo político, quiero hacer una reflexión acerca de la vocación del juntaletras, desde mi propia perspectiva.

Tengo 44 años y escribo (relato cosas inventadas para que otros las lean), desde que tenía 7. He tenido la suerte de escribir 
casi todo lo que he querido, he ganado varios premios literarios, me han publicado y he cobrado derechos de autor, así que sé de lo que hablo.

En lo que se refiere a escribir en general, no todo lo que se escribe se publica, ni todo lo que se publica merece ser leído. En estos tiempos donde una pequeña tirada autoeditada cuesta una miseria, por suerte, cualquier rayapáginas puede ver publicada su obra, por desgracia.

En lo que se refiere a premios literarios (aunque el tema da para libro), los mejor dotados suelen estar “asignados”, por así decirlo, y los que tienen detrás entes públicos dependen mucho de la sensibilidad social o reivindicativa del autor, más que de su calidad literaria.

No quiero detenerme aquí para señalar determinados escritores cuyas ventas o trascendencia no sería igual si no fuera por su activismo, su defensa de determinados derechos (reales o ficticios), o por su participación en la vida pública; les recuerdo que "Manual de resistencia" no fue escrito por Pedro Sánchez, pero aparece su cara y nombre en la portada, y en 4 meses declaró haber ganado 17.000 euros en derechos de autor. Netos. O cuando González-Sinde (guionista de la infame “Mentiras y gordas” y exministra), fue finalista en el Planeta con su primer libro, ¡sorpresa!

Sé de premios que han llegado a “ampliar plazo de inscripción” porque el "ganador apalabrado" no había acabado el manuscrito que tenía encargado. 500 escritores cagándose en todo Dios y la corte celestial, y que perdieron la poca inocencia que les quedaba aquella semana. Por no hablar de los premios que “nadie gana”, pero donde te acaban vendiendo una multipropiedad (léase coedición – estafa), o cuando te nombran “finalista” y tienes parada uno o dos años tu obra por los derechos de tanteo y edición preferente de la editorial de turno.

Al final, como juntaletras, te limitas a subirte de hombros y saber que los premios a los que optas, con dotación económica o sin ella, salvo que consigas la fama (merecida), o medres hasta la náusea, son los mismos que tu capacidad de ventas: limitados. Pero tú escribes, porque tienes el veneno en la sangre.
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Así que, enhorabuena a Cristina Morales. La animaría a dejar de decir gilipolleces y pulir su estilo, pero como “su estilo” es lo que pide su público (que aplaude sus gilipolleces), el sistema se retroalimenta y hará bien en no hacerme caso, valga el juego de palabras.