martes, 30 de noviembre de 2021

Los muertos siempre salen a hombros

 LOS MUERTOS SIEMPRE SALEN A HOMBROS


Llevamos varios días soportando una mezcla entre alabanza eterna y plañido desgarrado (la publicidad en redes del tema que focaliza "Lo País" roza la náusea), por la muerte de Almudena Grandes. En general, lo poco gusta y lo mucho cansa y yo tiendo a cansarme enseguida, básicamente porque. como afirma mi buen amigo Víctor Rutea, "la normalidad está sobrevalorada" y servidor tiene poco de normal.

Para mí, Almudena Grandes es el Joan Fuster de la izquierda castellano-parlante de finales del XX y principios del XXI: una escritora del montón (sí, ya se pueden rasgar las vestiduras), hinchada de forma artificial por la recua de palmeros de turno (Grupo PRISA a la cabeza), para convertirse en un referente "de las nuevas generaciones".

A ella debemos ese refrito posmoderno de "Lolita" llamado "Las edades de Lulú" (ver en la adaptació cinematográfica a Óscar Ladoire afeitándole el felpudo a una Francesca Neri con 26 castañas haciéndose pasar por una Lulú de la mitad de edad no tiene precio), o declaraciones tan jugosas como que "fusilaría a dos o tres voces de comunicadores a diario" o detallar "el goce que una monja (violada), sentiría al ser asaltada por un grupo de milicianos jóvenes y sudorosos" durante la Guerra Civil son sólo detalles de una existencia marcada por el servilismo de los medios afines y de sus lectores afines, valga la redundancia.


Cuando le llegó su hora, salió a hombros (como todo Cristo), y se vieron en su entierro gestos tan 
"espontáneos" como un grupo de cenutrios "mostrando sus libros" en señal de... ¿qué, exactamente? ¿un montaje buenista para la posteridad? ¿una "performance" ridícula?

Discutía con el bueno de Paco Arenas (al que espero que le vaya bien siempre, incluso haciendo puñetas que fue donde lo envié), en un hilo convenientemente borrado por Miquel Sanchís (nunca valoraremos lo suficiente su magnífica labora de moderación en los grupos literarios que encabeza), sobre cuestiones como su "calidad literaria" o su "honda huella humana", teniendo en cuenta que no solo cojeaba del pie izquierdo sino que era alabada e incluso premiada por ello.

En un solo mes hemos disfrutado del akelarre mediático contra Carmen Mola (al descubrir que, en realidad, eran tres hombres escribiendo en comandita), y la "salida a hombros" de Almudena Grandes (básicamente porque se ha muerto... y porque era "de los suyos" y, claro está, los suyos siempre son perfectos aunque escriban con la nalga izquierda).

Y esto, señoras y señores, es el "fusterianismo" literario, justo a un mes de que nuestro President declare 2022 como "el año de Joan Fuster": literatos mediocres a los que se les perdona todo por ser quienes son (Fuster era un declarado falangista, hijo del alcalde franquista de Sueca), o a los que se les alaba todo por ser quienes son (aunque se alegre de que violen monjas o quiera fusilar a los comunicadores que no le gustan). Estamos en la época de que no importa el "quién" sino el "qué". Lástima.

Tanta gloria encuentre como paz deja, señora Grandes.

Nota: Texto publicado en redes sociales el 30 de noviembre de 2011