viernes, 19 de febrero de 2016

El peligro de las críticas literarias de ida y vuelta

Después de muchos años metido en "esto de escribir", disfrutas de muchos detalles que, al principio, te eran desconocidos: ferias, presentaciones, mesas redondas y, claro está, la posibilidad de conocer a otros escritores que, como tú, tratan de sacar cabeza lo mejor que pueden en un mercado, por otro lado, muy competitivo y saturado de oferta.

Como comento, destacar en la jungla de las letras no es sencillo: a la dificultad propia de hacer visible tu obra (especialmente en el caso de autoediciones o editoriales pequeñas), se une la propia condición humana, preñada de envidias y rencores. Detalles tan sencillos como responder al correo de un autor animándolo a revisar el estilo de su obra (como recientemente le ocurrió a mi editora y amiga Sicilia Nuño), pueden acabar en una respuesta biliosa y llena de rencor por parte de un escritor que piensa que es la polla con cebolla y para el que cualquier crítica será, simplemente, una demostración de nuestra profunda ignorancia.

Los escritores también somos soñadores, artistas y artesanos y, como tal, tenemos la (mala) costumbre de sentirnos especialmente pagados al ver nuestro nombre, encantados de habernos conocido. Por si fuera poco, muchos escritores tenemos amigos escritores y caemos en el error que advertía el Señor Lobo en Pulp Fiction (y perdón por los términos): No empecemos a chuparnos las pollas todavía. En resumen, que tomamos un blog, escogemos la novela de un colega juntaletras y hacemos una crítica que, en realidad, es una alabanza infinita del otro, con la esperanza de que nos devuelva el clavel (como ya comenté en la entrada anterior sobre Carne muerta de David Mateo). Cuantos más amigos, más blogs, más apariciones en Google y, por tanto, más oportunidades de tomarle el pelo a alguien que, por desconocimiento, se fíe de la cantidad de críticas en lugar de la calidad y objetividad de las mismas.

Esto, en casos muy concretos (pienso en Amazon, por ejemplo), llega a ser de chiste: novelas sin corregir, mal maquetadas, con errores gravísimos y un contenido más que discutible, acumulan estrellas de cinco en cinco sin razón ni sentido... salvo cuando analizas de dónde procede el voto y ves, entre divertido e indignado, que se trata de un piropo devuelto por otro autor que, a su vez, ha recibido una buena valoración a su bazofia por parte del primero y, así, hasta la náusea.

No sé si es que esa época de las críticas a cuchillo pasó a mejor vida, y no sé, repito, si alegrarme. Lo que de ninguna manera esperaba es que libros que no merecen ser calificados como tales, son fácilmente localizables en las redes sociales y los buscadores de internet sin una sola mala crítica (y las buenas pertenecen a una "red de colegueo" entre autores que deja bastante que desear).

Y, al final, eso acaba siendo contraproducente en lugar de estimulante porque, la primera vez que alguien nos meta un gol por la escuadra con un libro malo como pegarle a un padre, pero con muchísimas buenas críticas "semianónimas", huiremos de cualquier autor desconocido, por bueno que pudiera ser, y nos refugiaremos en la "maldita basura comercial" que, en el peor de los casos, siempre nos permite iniciar una conversación de ligue en una cafetería o cualquier otro rincón pequeñoburgués :)

¿Hay forma de evitar esto? Sí, haciendo críticas sensatas. ¿Sirve para algo? Pues, como hablaba con David Mateo en su momento, sólo para encabronar a la gente (empezando por uno mismo), señalarte como un malvado ogro al que se debe evitar (para vivir, así, en ese falso mundo buenista donde todo es maravilloso) y quizá recibir una mala contestación de esa gran cantidad de autores que no saben encajar una mala crítica (o, peor, una crítica que no sea una lamida de bota en toda regla...)

Al final, solo queda escribir y publicar, esperando que alguien te lea: si le gusta tu novela, fantástico. Si no, mejor suerte a la próxima. Y, mientras tanto, poder conocer a autores magníficos y sonreírles, a autores normalitos y sonreírles, y a autores mediocres e insoportables y sonreírles porque, no nos engañemos, a nadie le interesa la verdad: solo una amplia sonrisa y un discreto (y cobarde) silencio cuando te pregunten qué te parece su novela.