lunes, 16 de marzo de 2015

Las armas en la Semana Santa Marinera (VI) - Legionarios romanos

Después de cinco artículos sobre las distintas guardias y antiguas Corporaciones Armadas que pueblan nuestra querida Semana Santa Marinera, parece que ya estaba todo dicho: Dedicamos sendos monográficos a las Hermandades en cuyo nombre aparecen dos de los soldados romanos más cercanos a la Pasión y Muerte de Nuestro Señor (Pretorianos y Longinos), viajamos al Imperio Romano de Oriente para recordar a la Guardia Bizantina de la Hermandad del Cristo del Perdón, fuimos cruzados con los Sayones y vencimos las guerras napoleónicas al frente de los Granaderos. ¿Realmente hemos finalizado?

En realidad, no. Y quizá, el artículo de hoy llega en un momento especialmente complicado, en el que ha quedado abierto el debate en Junta Mayor acerca de la idoneidad de determinadas guardias armadas, debido a la petición de la Hermandad de la Coronación de Espinas del Cabanyal. Sin entrar a valorar tal aspecto, pues no es esa mi intención en ningún momento, sí me gustaría complementar el recorrido por la Legión romana, reflejada en distintos y diversos legionarios vistos en nuestra procesiones, y especialmente del equipamiento que portaban.

A nuestros legionarios semanasanteros los hemos visto portar el gladius, o espada romana, la lancia de larga asta y el scutum (o escudo de campaña), siendo quizá el de la siguiente fotografía el que mejor representa históricamente el escudo que se portaba durante las contiendas (y que, puedo dar fe, pesaba considerablemente).


Aunque quizá no debiéramos tratarlo como tal, el flagelo (flagrum taxillatum), que portan los legionarios de la Real Hermandad de la Flagelación del Señor, aparece tanto en nuestras procesiones como en las Sagradas Escrituras, y le dedicaremos un par de líneas.
 
El flagelo corto estaba formado por un mango de unos treinta centímetros, con varias tiras de cuero sueltas o trenzadas (el flagelo de nuestra Hermandad semanasantera porta tres, pero en ocasiones podía haber más tiras), de largo no siempre uniforme, que tenían atadas a intervalos tanto pequeñas bolas de hierro, así como pedazos afilados de hueso de oveja; el castigo de la flagelación estaba reservado a quienes no fueran ciudadanos romanos (ya que estos sólo eran fustigados).

Del mismo modo, la flagelación se solía producir durante el recorrido del tribunal al lugar donde se iba a ajusticiar al reo, y tan solo ocurría en el propio tribunal cuando la pena de flagelo era sustitutiva de la pena capital (tal y como se lee en Lucas, 23: “Nada ha hecho, pues, que merezca la muerte. Así que le castigaré y le soltaré”).

Podemos pasar ahora a la guardia romana del Ecce – Homo.
Quizá lo más característico de esta guardia (como ocurre con los Pretorianos), sea la coraza de una sola pieza. 

Es cierto que los distintos legionarios romanos empleaba la lórica (segmentada, hamata o anillada y escamada), pero la influencia del linotórax griego hacía que en algunas formaciones auxiliares, así como en diversos mandos superiores, se mantuviera la coraza de una pieza, que protegía pecho y espalda y que solía hacerse a medida, de cuero endurecido con incrustaciones (como ocurre en el legionario visto en la Hermandad de la Coronación de espinas, con un peto de evidente inspiración cinematográfica), o incluso de bronce.
En el caso de Coronación de Espinas, uno de los detalles que podríamos comentar sería la forma del casco, de inspiración helena. Recordemos que en la época imperial, el casco (también llamado gálea), contaba con protecciones para el rostro más pequeñas que las que aparecen en la foto y, sobre todo, articuladas a la altura de las sienes, tal y como podemos comprobar en este gráfico:
Pasemos, si queréis, a la guardia romana de la Hermandad de la Crucifixión del Señor y, en este caso, detengámonos en la túnica, de un brillante color rojo. Al respecto del color de las túnicas de los legionarios, tal y como hice con uno de los lectores de este blog en la última entrada (desde aquí un saludo a Guillermo), rescato una breve reseña de Julián Torrecillas, profesor de la Universidad de Castilla – La Mancha, citando a Phillip Matiszak, que explica muy bien el tono de estas túnicas.
La túnica del legionario sufre un enorme desgaste y hay que renovarla más o menos cada dos meses... y cuesta seis denarios la más barata. La túnica de faena suele ser de paño sin teñir, y la de paseo blanca. Como este color se consigue con orina y vapor de azufre, el legionario se llevará la primera vez una impresión inolvidable.
Es de una sola talla, tan ancha como larga, quedando por encima de la rodilla. Es mejor una de cuello ancho por el que poder sacar el brazo dejando el torso al aire. Además, con un cinturón en la cintura, sirve para guardar cosas que sacaremos por el cuello. En climas cálidos es conveniente que sea de lino, y en fríos de lana.
Su limpieza se hace de forma colectiva, por lo que los colores irán difuminándose entre todas las de la unidad. El tinte blanco es más fácil de mantener y, además, las manchas se localizan buen (una fibra sucia que entre en una herida puede ser mortal). El tinte roja –la rubia-, es barato, fácil de conseguir y enmascarar las manchas de sangre sangre, pero la verdad es que al legionario le importa poco si no es la propia. Como destiñe rápidamente por efecto del sol, lo legionarios suelen volver de campaña con un rosa de lo más coqueto. 
Es difícil que un legionario romano vistiera un rojo tan intenso, especialmente a partir del primer lavado comunitario o tras unas cuantas jornadas de campaña. Quizá sea más difícil de visualizar ese calzón largo que asoma hasta la rodilla, del mismo color que la túnica.

Quizá precisamente ese tono ligeramente rosado o beis de la túnica se asemeje mucho más al de los legionarios del Santo Silencio y la Vera Cruz que podemos ver en la siguiente imagen.
 
aunque, como ya comentamos en su momento, el tipo de escudo que portan sea demasiado pequeño para el legionario, y sí más adecuado para la caballería auxiliar, que difícilmente podría cargar consigo el pesado scutum

Finalizaremos con un elemento del que apenas hemos hablado y es precisamente el calzado. ¿Es correcta la bota cerrada que vemos en los soldados del Santo Silencio o resulta más adecuada la sandalia? En realidad, el legionario romano portaba las caligae, de cuero remachadas con clavos, tal y como vemos en la imagen.
Este tipo de sandalias son muy recomendables para aquellas personas que quieran organizar una recreación histórica y vayan a caminar campo a través. El problema es que para nuestras procesiones son impracticables (especialmente en las zonas del Cabanyal – Canyamelar que aún tiene adoquines, o sobre el mármol de nuestras iglesias), y pueden provocar accidentes.

Hasta aquí mi reseña de hoy, esperando que haya sido de vuestro agrado.
JOSÉ VILASECA HARO

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