miércoles, 28 de abril de 2010

¿ANDE ANDARÁ? (Capítulo III: Tiendas frikis que desaparecieron)

Rescatamos un clásico de este blog, donde refrescábamos la memoria colectiva con algunos de esos datos y anécdotas tan queridos entre el aficionado “valensiano”. Como en estos lares, veteranos de boquilla hay un montón, y pocos fuimos los que, por ejemplo, pudimos conocer al Kutu en su salsa y en directo, o la estrepitosa llegada de Workshop a Valencia, siempre es bueno que todos los que pierdan dos minutos en este espacio común puedan saber “un poquito más” de mi perspectiva del mundillo que, aunque siempre polémica, puedo asegurar que suele estar basada en la realidad y no en rumores tendenciosos. Así es que hoy, hablaremos de algunos de esos lugares de esparcimiento y ocio que, por desgracia, ahora se encuentran cerrados a cal y canto; lástima, porque muchos de ellos eran auténticas “segundas casas” para muchos de nosotros durante nuestra olvidada adolescencia. 

LUDÓMANOS 
Cuando, a fecha de hoy, se habla de “monopolio friki” uno piensa, de forma natural, en Workshop en el caso de las miniaturas, o en Wizards of the Coast en cuanto a cartas coleccionabes (“Magic”, para entendernos). 

Allá muy a principios de los 90, cuando no jugaba a Warhammer ni el Tato, y el Magic estaba aún por parir, el frikismo era ROL, con sus tres letras doradas… y el Rol, al menos en España, era JOC Internacional. A ellos les debemos las primeras ediciones de MERP (El Señor de los Anillos), Runequest o La llamada de Cthulhu, que fueron el trío de ases alrededor del que orbitamos muchos durante nuestra añorada pubertad.

Luego vinieron otros juegos, otras marcas, pero en aquel momento JOC suponía una miríada de tiendas asociadas en toda España, dedicadas exclusivamente a juegos de rol, tablero (generalmente en inglés o frances, con breves traducciones en cuartillas), puzzles y pocas, poquitas marcas de miniaturas de dudosa calidad. Por no hablar de las JESYR, jornadas adelantadas a su tiempo, donde tenían cabida aficionados de lo más diverso alrededor de la Península. 

Algunos viejos rockeros todavía recordamos al famoso Kutu (antes de que fundara Valhalla), acompañado de su escudero Worthy (antes de que recalara en Workshop), regentando Ludómanos. A pesar de su ampliación, en los buenos tiempos (o no tanto) de la llegada de los juegos de cartas coleccionables, acabó lastrada por las malas decisiones de JOC (el juego de cartas del Señor de los Anillos fue su sentencia de muerte, y el declive del rol le acabó dando la puntilla…) y ahora el enorme local pionero en Valencia, en calle Castellón, es ahora una tienda al por mayor, entre muchas de las que surgen en los alrededores de la calle Alicante. Estén donde estén los muchachos de JOC, brindemos por ellos. 

VALHALLA 
Constando como Kutulandia S.L en el registro, y siendo punto de encuentro de muchos aficionados, seguramente Valhalla fue la tienda referente en el frikismo valenciano, tanto por la originalidad de su dueño (inolvidable Kutu), sino por el desparrame de sus clientes (entre los que me incluyo). A pesar de que el Kutu (considerablemente parecido al dueño de la tienda de comics en Los Simpsons), podía echársele por cara sus múltiples excentricidades (como convencerte de que tal miniatura era una castaña, todo eso a gritos, o apalancarse para él, y nadie más que él, un envío de cajas de Magic en los duros tiempos de 3ª Edición – Revised), también es cierto que sus arriesgadas apuestas comerciales nos hicieron conocer juegos que, de otro modo, no habríamos conocido nunca (pienso en el Advanced Heroquest, pero fueron muchos, muchísimos los que preñaron sus estanterías). 

Muchos amigos del instituto acudían (y me arrastraron) hasta allí, como Sergio Bono (levantinista convencido), o Alfredo Álamo (con quien compartía afición por el Scalextric); también los hermanos Rejas Madrigal, Leo y Germán. Tantos que no es raro ver algún grupo en Facebook del tipo “yo también pasé mi adolescencia en Valhalla” o “yo sí que conocí al Kutu”. Dicen las malas lenguas que la presión comercial de Workshop España acabó hastiando al tendero (lo que tampoco me sorprendería), y prefirió cerrar antes de seguir discutiendo. Poco o nada he sabido de él desde entonces, pero siempre quedará aquel bonito recuerdo entre muchos aficionados cuya adolescencia se alargó durante la última década del siglo pasado… 

ROBBY 
Si guardo un especial cariño a Robby es, precisamente, porque aquella fue la primera tienda que pude considerar como “mía”, es decir, donde tuve espacio, tiempo y ganas para organizar saraos, Torneos, Ligas y toda clase de festines. Robby era, como Fraguel Rock, el centro del universo (muchos habituales bromeábamos sobre su ubicación, rodeadas de los más conocidos pubs gays de la ciudad, desde el Bus Stop al Venial…), y tanto en su primer emplazamiento (una tiendecita que no era estrecha… era lo siguiente), como en el segundo (mucho más amplio y cómodo), tenía un halo de entrañable y familia (al fin y al cabo, las dos cabezas visibles de Robby eran los hermanos Zarco, Fernando y Jorge).

En Robby disfruté de los mejores momentos del Blood Bowl (con legendarias partidas de exhibición en Valhalla, o la Liga “rara” en Workshop…), descubrí una pequeña joya de éxito fugaz, como fue el Warzone (y las cartas de Doomtrooper), y conocí a algunos de mis mejores amigos. También hubo otros con los que me abronqué, pero tampoco fue ni mucho menos un rencor eterno y siempre guardaré un agradable recuerdo de todos ellos (David e Iván Bonell, Pau y Gonzalo Rustarazo, el inefable Paul de Quant –visitante habitual de este blog-, Pepemi Devesa, Nacho Nebot, Nacho Hermoso de Mendoza –que me debe una primera edición de Cthulhu desde hace eones…-, Rafa Soler, Tony Kessler, y claro está, los dueños del cotarro –de Fernando no he vuelto a saber nada, y a Jorge le iba bastante bien con temas de cine y fotografía, éxito más que merecido) 

Y si algo aprendí (y la vida me recordó más adelante), fue la sabia lección que me ofreció Fernando, acerca de que los clientes frikis son algo maravilloso o pueden llegar a ser unos cabrones con pintas; o, como decía él (algo que no he compartido nunca, pero en este mundillo está a la orden del día), “vale la pena un cliente que viene una vez a las mil y se gasta 100€, que el que tienes todos los días dando la brasa”. Perla de sabiduría que respeto y aporto… 

PERO HUBO MÁS, MUCHAS MÁS… Y, aunque no es plan de alargar eternamente esta entrada de blog, creo que merecen un pequeño recuerdo ya que, para algunos, fueron “sus” tiendas y, como tal, deben ser recordadas: 

TYMORA: Dicen las malas lenguas (yo me limito a transcribir el rumor, no tengo por qué compartilo), que Tymora surgió del afán de su dueño por librarse del servicio militar, cuando todavía era una obligación y no una salida airosa de la crisis, como ahora. Sea como fuere, y a pesar de que la tienda duró apenas un año y medio, de Tymora se recuerda su simiente de jugadores de Blood Bowl, que formaron la TBBL y que, con el tiempo, impulsaron la Masterbowl en Valencia. Recuerdo que Quique Cebriá, currante de la Vega como yo por aquel entonces, recaló en Tymora como, si mal no recuerdo, Doc Drak y otros muchos. Que les vaya bonito, pues se lo merecen 

LA RODA DEL TEMPS: Lo cierto es que esta tienda, cercana a la Plaza de Jesús, fue de las que menos oportunidades tuve de conocer. Creo, si san Google no miente, que actualmente son una asociación con foro propio. Uno de los escasos recuerdos que tengo de este lugar fue haber visto, por primera vez, las cartas de “La ira del Dragón”, ese intento de Fournier de emular el éxito del Magic con cartas ilustradas por Royo, cuyo sistema de juego era más que infame. 

DOMINIA: Aquí sí que tengo que echar de hemeroteca, pues el recuerdo de Dominia, aquel bar en Monteolivete donde igual te servían unas cañas que te pegabas unos tutes de Magic, se difumina en la noche de los tiempos. Cabe la posibilidad de que haya patinado con el nombre, pero las dos veces que fui acabé odiando el Warhammer (me costó casi una edición recuperarme y convertirlo en mi juego de cabecera), cuando los dos que se exhibían sacaban 40 zombis cutres del Heroquest y a Nagash armado hasta los dientes. ¿Y eso es un ejército?, creo recordar que pregunté. El otro llevaba veinte enanos, dos cañones y un Altar. Para echarse a llorar… Y hasta aquí la edición de ¿ande andará? De hoy. Espero que amigos, colegas, enemigos, moderadores tontos de solemnidad, tiranos de mesa camilla y toda fauna que me soportáis, nos veamos en una próxima ocasión. Hasta entonces… JOSÉ VILASECA

jueves, 22 de abril de 2010

EL NEGOCIO DEL OCIO

Para quien haya disfrutado de una educación clásica, sabrá que la palabra "negocio" proviene, precisamente de la negación del ocio. Son estos términos que deberían presentarse enfrentados, y nunca solaparse; en embargo, la tozuda realidad nos recuerda que, allá donde hay aroma de billetes verdes, al empresario maligno se la trae al fresco que el asunto vaya de vender tomates, de colocar pisos por encima de su valor de mercado, o de comerciar con ocio. 

Son recientes las manifestaciones de esos artistas trasnochados y de éxito olvidado reunidos ahora en la SGAE, reclamando su generosa parte del pastel de un ocio que históricamente no solo ha sido popular sino libre de impuestos; así, cualquier manchafolios, gritalemas y pintamonas que se precie exige su porción de dinero contante y sonante por rascarse la seta, mientras que los grandes clásicos se consideran "COPYLEFT" o como carajo hayan bautizado ahora todas las obras maestras de difusión libre (la paradoja de poder difundir gratuitamente la 9ª Sinfonía de Beethoven, y tener que pagar un canon porque la charanga toque "El Venao" en las fiestas del pueblo). 

El ocio friki es igual, no se vayan ustedes a pensar. Mucha Asociación, mucho Torneo, mucha buena voluntad por parte del aficionado, y al final acabamos dependiendo de unos hijos de la Gran Bretaña que cambian "tu" juego porque les sale de los cataplines. O porque, mal que nos sepa, es "su" juego, a pesar de todo. 

Pienso en cómo el Warhammer ha cambiado desde que me fijé en él allá en los tiempos de los enanos sin rodillas en plástico gris, las quedadas en Valhalla completando ejércitos con los esqueletos cutres del "Heroquest" y los tramposos de turno marcando la carta "Energía total" en el clásico mazo de magia. Cuando la tropa regular era demasiado cutre para gustarle demasiado a nadie, Warhammer tendía de forma natural hacia los personajes montados en bicho gordo y con alas, al coste de chorrocientos mil puntos; aquello es lo que vendía, y, como tal, la 5ª edición respondía a tal necesidad (quizá la 4ª también... pero menos); vimos cajas de iniciación con elfos y goblins de una pieza, y evolucionamos hacia caballeros bretonianos que podían llevar la lanza enhiesta o en ristre (¡el colmo de la tecnología!), pero usted deme a Nagash en plomo (¡din, din... caja!), y déjese de milongas... 

La irrupción de los regimientos en plástico y multicomponente dirigió la política comercial de la casa inglesa hacia la tropaza en detrimento del lobo solitario armado hasta los dientes y que brillaba en la oscuridad. El bonificador adicional por superioridad numérica (inexistente hasta entonces, y que aún se encuentra presente en reglamentos basados en 5ª, como puede ser el Ancient Battles), conseguía que el cabronazo "picadora-de-carne" no fuera tan chulo delante de una lamentable marea de esclavos skavens, que de base le ganaban el pulso por +4 (tres filas y potencia), por no hablar de una brillante unidad de infantería pesada, con su estandarte y su músico, donde la sangría podía ser legendaria. 

De repente, nadie quería ver ni en pintura a sus personajes favoritos, y Archaon criaba polvo en la estantería. Claro, siempre quedaban nostálgicos (o chiquillos), que se agenciaban al matamucho de rigor, pero eran los menos, y las compras se hacían en múltiplos de 25 euros, que era lo que costaban las cajas de regimiento por aquel entonces. Y entonces, llegó el nuevo cambio. Los regimientos pasaron a formarse de 10 en 10 miniaturas al precio de 20€ la caja (estabas pagando 40€ por lo que antes te costaba menos de 30...), y los malabaristas de Workshop reeditaron el reglamento por 7ª vez. 

Los primeros libros de ejércitos fueron una forma de quitarse de encima esas tropas que nadie quería en 6ª Edición (orcos Negros, Príncipes Dragoneros, Verdugos, Leones Blancos, y un largo etcétera), adaptando sin vergüenza ninguna las nuevas reglas para hacer más atractivas estas tropas. Pero, con la llegada de los Demonios, empezó el desparrame. Ahora ya no hacían el ejército atractivo, lo hacían INVENCIBLE. No había Dios que quisiera ganar un Torneo que no tuviera "el último ejército", como si esto fuera una gran carrera de Fórmula 1 donde tener el mejor motor, el más reciente, supone la diferencia entre el podio y el montón de atrás. Una máquina de generar dinero y arrebatar ilusión por el ocio acojonante... 

 Y al final, un juego con tantas posibilidades (modelismo, pintura, trasfondo, estrategia, etcétera), acaba convertido en un reducto de sufridores que añoran lo que fue y nunca volverá (salvo que camines por el "wild side" y abraces el Oldhammer), y "chetos", como en los videojuegos, que solo se preocupan de exprimir las reglas o su bolsillo al máximo para que alguien le de dos palmaditas y una copa en el evento de rigor, se crean los más mejores de su casa o su chupipandi, y hasta la próxima, colegas. 


Sinceramente, me gustaría convencerme de que la 8ª Edición del juego, que saldrá a lo largo de este segundo semestre del año según dicen por ahí, será un motivo para "hacerme volver" a la palestra, repintar a mis caballeretes, rescatar a mis arqueros, y echarme una partida tranquilo con algún amigo sin tener que ciscarme en el reglamento después de cada tirada de dados o consulta de regla absurda. De verdad de la buena, que a mí las maletas llenas de trastos me gustan poco o nada. Sin embargo, mucho me temo que la 8ª será "más de lo mismo", que los cabrones que convirtieron mi ocio en su negocio (con mi complicidad y la de otros muchos, todo sea dicho de paso), darán una nueva vuelta de tuerca para que sigamos odiando en lo que se ha convertido el Warhammer, y que continuaremos refugiados en juegos menos populares pero, sin duda, más ociosos 

JOSÉ VILASECA