lunes, 16 de marzo de 2015

Las armas en la Semana Santa Marinera (II) - Granaderos

Días atrás, en nuestro apartado Las armas de la Semana Santa, hablamos de una imagen perfectamente identificable y muy particular dentro de nuestra Semana Santa Marinera, como es el Pretoriano. Hoy, daremos un gran salto temporal hacia delante, de casi dos milenios, y describiremos algunos de los detalles de las armas del caballero napoleónico por excelencia, como es el Granadero.
 
 
Para el visitante que descubre por primera vez nuestra Semana Santa, saltan a la vista esos personajes bíblicos que nos caracterizan, así como las guardias armadas romanas, bizantinas, cruzadas y, claro está, la fila apretada y elegante del granadero, en su traje de gala, con el sable al hombro o al costado y el gorro característico.
 
Muchos preguntan de dónde proviene esa figura, casi anacrónica, dentro de la celebración de la Muerte y la Resurrección del Señor, y debemos hacer un viaje de dos siglos, ubicarnos en aquella Valencia de comienzos dl siglo XIX, conquistada por Suchet, y en la que la guardia granadera francesa, tratando de congraciarse con el pueblo, releva al arma de Artillería de su custodia de la Dolorosa y que, posteriormente, debiendo abandonar por mar y a toda prisa buena parte de las conquistas de la costa levantina, abandonan armas, equipo y vestimenta, que son recuperados por los valencianos (pero también por los murcianos, cuya Semana Santa cartagenera, por ejemplo, luce también Hermandad de Granaderos).
 
El soldado napoleónico de la unidad de granaderos es descrito, tanto en los antiguos libros de Junta Mayor como en los legados históricos o la moderna Wikipedia como un soldado de elevada estatura equipado con sable, mosquete, hacha o pico (pues también estaban preparados para cavar trincheras y actuar como zapadores), y, evidentemente, un zurrón con granadas arrojadizas.
 

La apreciación acerca la estatura del granadero, que tantos jocosos comentarios ha supuesto a lo largo de los años entre los semanasanteros, no es baladí. Las granadas napoleónicas (como aparece en la imagen) eran considerablemente distintas a las actuales granadas de mano: Estaban hechas de cristal y no de metal, y el hecho de que fueran utilizadas por un soldado alto le permitían un más amplio y mejor arco de tiro, lo que le ayudaba a llegar mucho más lejos en su lanzamiento.
 

En nuestro granadero, el arma más característica, a la vista de todos, es el sable, ligeramente curvado. Este tipo de sable es muy habitual en los oficiales y la caballería a partir del siglo XVII, convirtiéndose en arma reglamentaria también en la infantería, desde los temidos casacas rojas ingleses a buena parte de los ejércitos europeos en las Guerra Napoleónicas. 
 

A diferencia de la espada o el estoque, el sable es un arma de un solo filo, ligera y de corte, en cierta forma evolucionada de las espadas de caballería o de la cimitarra sarracena, cuyo objetivo es realizar un corte amplio y profundo, y no quedar clavada (como el estoque), ni incrustada (como las espadas de doble puño, la espada normanda o similares).

 
No es habitual ver mosquetes, hachas o picos en nuestra Semana Santa, pero sí aparecen en recreaciones históricas de los granaderos, como este infante de línea durante la recreación del sitio de Zaragoza:
 

así como en la Semana Santa de otras ciudades donde también sufrieron la ocupación francesa... librándose de ella del mismo modo que los valencianos, 
 

como los Granaderos Marrajos en Cartagena (Murcia):

 

Antes de acabar comentar que el mosquete, como buena parte de las armas de fuego de aquella época, se cargaba por el cañón (avancarga), de ánima lisa (y no rayada), por lo que su precisión era muy discutible. La mayoría de los ejércitos que empleaban el mosquete, avanzaban en una línea apretada (parecida a la forma de desfilar de nuestros propios granaderos), y se colocaban en una o dos filas de disparo (de pie o rodilla en tierra), para tratar de alcanzar al enemigo.


De nuevo, espero que el artículo de hoy en mi columna en EOS, haya sido de vuestro agrado. Un muy cordial saludo.  
 
JOSÉ VILASECA HARO

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