Siempre
es un placer regresar a este espacio, donde observamos desde un punto
de vista de la historia bélica aquellas guardias de nuestros
tronos-anda, las antiguas corporaciones armadas y, en general, todos
los soldados de distinta época que forman parte de nuestra querida
Semana Santa Marinera.
En
esta ocasión, la labor se complica ya que, de nuevo, presentamos a
un tipo de soldado romano como ya hicimos en su momento con los
pretorianos, y siempre queda la duda de la repetición.
Afortunadamente, el gran imperio romano tuvo tal cantidad de matices
en los guerreros que formaron parte de su tropa a lo largo de los
siglos, que podemos estar seguros de contar con información nueva
para este texto.
Hoy,
hablaremos de Longino y de los Longinos, pues el primero fue el
personaje histórico que inspiró a los segundos, cofradía
cabañalera que llena de color y de historia las calles de nuestros
barrios desde 1925.
La
historia de Longinus, el soldado romano a quien la tradición señala
como aquel que atravesó el costado de Nuestro Señor con una lanza,
es compleja y rica en detalles.
En
su boca se ponen las proféticas palabras de Marcos, 15 (En
verdad, este es el Hijo de Dios), o
se llega aventurar que, siendo prácticamente ciego, la sangre y la
pleura que surgió de la herida abierta entre las costillas del
Salvador lo sanó, obrando un milagro.
Finalmente,
entra en el santoral cristiano como San Longino de Cesarea,
celebrándose el 16 de octubre, aunque no hay constancia de su
martirio. Aunque en Juan, 19, aparece reflejada la presencia de un
soldado lanceando a Jesucristo para comprobar que había expirado (a
diferencia de los dos ladrones, Dimas y Gestas, a quienes se rompe
las piernas para precipitar la muerte), sólo en textos apócrifos y
muy posteriores se menciona a Longino.
Pero
Longino era uno entre muchos. Podemos asegurar que perteneció a la X
Legión Fretensis
que
estuvo desplegada durante décadas en Siria y Judea, participando en
la Primera Guerra Judeo – Romana (hemos de recordad que Pilatos fue
cesado de su puesto por aplastar de forma particularmente sangrienta
una revuelta de los samaritanos); los soldados romanos que vivieron
aquellos tiempos turbulentos no fueron precisamente bien recibidos
por unos judíos que llevaban siglos defendiéndose de ataques,
asedios y conquistas, y no llevaban precisamente bien el hecho de ser
“pueblo sometido”.
Respecto
a lo que nos compete, el armamento de Longinus y de la tropa asentada
en Judea, hemos de suponer que, como todos los legionarios romanos
(tal y como comentamos en el artículo sobre los pretorianos), de
aquella época, portaría lórica (armadura), una toga de color claro
(pues el tinte era raro y considerablemente caro para el soldado), y
las armas habituales. Quizá lo más curioso es que en prácticamente
todas las representaciones aparece con una capa, cuyos extremos
cuelgan sobre los hombros o los brazos, por lo que la capa corta que
portan nuestros propios longinos sería una forma adecuada de
ajustarse, si no ya a la historia, sí a la representación del
santo.
Quizá
el único error destacable que podemos observar en nuestros longinos
respecto del soldado romano asentado en Judea sea, precisamente, la
lanza.
Mientras
que nuestra corporación de longinos porta una clásica alabarda
medieval (un arma de asta larga, rematada por una cabeza de hacha y
el extremo de una lanza), que no se vio en Europa hasta bien entrado
el siglo XIII, la lanza del Longino era considerablemente distinta y
tiene su propia leyenda: Del mismo modo que hay distintos cálices
que pueden señalarse como aquellos que acompañaron a Cristo y a los
apóstoles en la última cena, el arma de Longinus (llamada lanza
sagrada o
lanza
del destino),
también aparece repetida como reliquia, tanto en el propio Vaticano
como en Viena (Austria).
Se
trataría, pues, del hasta
romana,
una lanza de empuje, a diferencia del clásico pilum
pesado,
o la veruta,
más
ligera, que eran lanzas arrojadizas. A pesar de que los soldados que
utilizaban de forma habitual la lanza, los hastati,
fueron transformándose progresivamente en legionarios armados con
lanzas arrojadizas y espadas (gladius),
el
hasta
nunca
se abandonó por completo, y en las guardias ciudadanas, donde armas
tan contundentes como el pilum
resultaban
inefectivas, se empleaba de forma habitual la lanza.
Como
siempre, agradeciendo el tiempo que habéis dedicado a leer mi
escrito, y a la espera de compartir uno nuevo con todos vosotros, me
despido compartiendo un pedacito de historia semanasantera, en esta ventana que es el blog de EOS.
JOSÉ VILASECA HARO
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