miércoles, 20 de agosto de 2008

El cine, quién te ha visto y quién te ve...

Un título así, parece más bien la antesala de una crítica mordaz que meta el dedo en la llaga de la crisis cinematográfica, del daño que la mula y el ares han supuesto para la industria del 7º Arte, o simplemente una forma como otra de poner a caldo a un espectáculo como otro cualquiera.

Pues no. Hoy, su Evaristo Mejode particular, va a explicar, simple y llanamente, por qué hace largos meses que ni él ni su señora pisan una sala de cine convencional, de esas donde suena la musiquita de Movierecord y hay un aro para la Coca-cola grande, pero en el que la maxi-grande se queda un poco justa...

La verdad es que he visto más cine del que puedo recordar y, desde muy joven, mi independencia siempre se ha visto relacionada con la posibilidad de salir e ir al cine. Con ese amigo de toda la vida que ha sido Juan Miguel Albors (que ahora se prepara para ser padre), las visitas al Rex, al Tyris y a otros que desaparecieron hace años forman parte de mi infancia y mi adolescencia. Con la que hoy es mi mujer, Sara, disfrutamos de las dobles sesiones del Metropol hasta que se incendió, y del ABC Martí hasta que cerró. Y fue precisamente aquí donde se produjo el punto de inflexión que me empezó a abrir los ojos y a demostrarme que el cine tal y como lo conocía, había cambiado para siempre.

Todavía soy de aquellos que piensan que ir al cine es todo un ritual: Hacer tus pipis y tus caquitas antes de entrar, para que nada interrumpa la proyección, y mantener un respetuoso silencio, aunque el Dolby Stereo esté a toda paleta. Comer tus palomitas, si es que te gustan, con la boca cerrada para que aquello no se convierta en un concierto de dientes y de mandíbulas, y, a ser posible, no sembrar con tus desperdicios los alrededores de tu butaca. Por no hablar del movil, que para algo le han puesto la opción de "silencio", ¿no?.

Pues se ve que soy el único, porque aquella vez en el Martí estuve a punto de convertirme en Hulk y correr a gorrazos a media docena de niñatos tocahuevos, que hablaban a gritos hasta el punto de no dejar escuchar los diálogos, que se reían cuando no tocaba y que, en fin, me dieron motivos para coger de la pechera al primero que se levantó a mear y plantármelo, pegadito a la nariz, para decirle amablemente que si volvía a escuchar sus voces los colgaría por las pelotas del palo mayor.

Como no me pone especialmente cachondo la idea de gastarme doce euros para liarme a bofetadas con cuatro críos de teta, y me parece un atraco a mano armada pagar esa cantidad de dinero para pasarme más tiempo chistando a los que hacen ruido que entreteniéndome con lo que veo en la pantalla, pasé al práctico y cómodo si tengo que pagar, por lo menos lo disfrutaré. O, lo que es lo mismo, aunque el televisor no pueda compararse a la pantalla, y el 5:1 se quede corto frente a los equipos de sonido de una buena sala, tipo THX Kinepolis, por 12€ tengo prácticamente la película que me dé la gana, con trailers y chuminadas por el estilo, que puedo ver cuando quiera en la comodidad de mi sofá, sin aguantar a chuloputas que no saben apagar el móviles, crías histéricas que se piensan que una tipa con pelo largo es el copón bendito de terrorífico, y otra calaña por el estilo.

Así, lo último que he visto en "pantalla grande" (y mucho me temo que va a ser costumbre de aquí en adelante), es cualquier cosa que pongan en el Autocine Star, donde puedes cerrar las ventanillas de tu coche y aislarte por completo del mundo, ajustar el volumen de tu emisora por si lo quieres más o menos fuerte, y zamparte un bocata sin necesidad de molestar a nadie.

A los que todavía soporten chiquilladas y chorradas por el estilo, mis condolencias...

JOSE VILASECA

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