domingo, 12 de noviembre de 2017

La chaqueta con coderas y la Senyera del altillo.

Mi padre, que esta próxima semana hará diez años que faltó, acostumbraba a rumiar, cada vez que llegaban elecciones, y Felipe González hacía campaña con una ajada chaqueta marrón de pana.

- Mira, hijo, ya ha sacado el fulano este la chaquetita a pasear.

Yo, que era joven e inexperto (con los años, solo he conseguido cambiar lo primero), no entendía qué manía le tenía mi progenitor a la chaqueta de pana. Pensaba que, como en mi casa no éramos muy de pana, se trataba de una queja sobre su estilo. Pero, claro, creces, aprendes y comienzas a relacionar que quien acabó siendo más recordado por la X de los GAL o los latifundios en Guinea Ecuatorial, que por cumplir aquello de España no la va a conocer ni la madre que la parió, desempolvaba la chaqueta justo con las Elecciones Nacionales a la vuelta de la esquina, cuando era necesario recordar a ese país del IVA recién impuesto, del De entrada, OTAN no, o del cierre de los Altos Hornos del Mediterráneo, que el “güeno” del Camarada González había sido abogado laboralista y, por tanto, amigo del pueblo.

Aquí una chaqueta de pana, aquí un amigo...

Por desgracia, la Historia tiene a repetirse, con distintos personajes, y como el cambio climático ha desterrado definitivamente las chaquetas de pana de nuestro guardarropa, necesitamos echar mano de otro complemento que nos reconcilie con la terreta. Y aquí es donde entra nuestra Señera coronada y centenaria, a la que Pedro El Ceremonioso concedió rango de Real y que no se inclina ante nadie... aunque, para algunos, lo importantes es que haga juego con los zapatos.
Así, de vez en cuando aparecen salvapatrias dispuestos a la caza del voto (para sí o para terceros), que se sienten poseídos por el espíritu de Gandalf, el Gris; ya saben, el mago de El Señor de los Anillos, con su frase “vuelvo a vosotros en los albores de la tempestad”, dispuestos a librarnos de ese malvado país de ficción, que en el libro se llama Mordor, y en la vida real se puede llamar, qué se yo... ¿Países Catalanes?


Mapa de Narnia. O de Mordor. En todo caso, de un país imaginario...

De esta forma, con esas fanfarrias y esa pompa mesiánica (que, llámenlo envidia, pero me suele tocar bastante los cataplines), sacan la señera del altillo, le sacuden el polvo, se envuelven en ella y salen a la calle como en el Día del Orgullo, aunque no sepan de dónde les viene el aire del orgullo ese... Los mismos que se inventaron lo de Comunidad Valenciana, por no darle el gusto a las hordas fusterianas de clavarnos el infame “País Valencià” (y, no se nos olvide, porque el Rey Emérito, que acababa de renegar públicamente de los principios del Régimen, no consentía que en la España que le apalabró su padre y le dejó el Caudillo en herencia, hubiera otro reino compartiendo terreno con el suyo), los mismos que contaron los generosos votos del capo di capi Pujol, mientras se pergeñaba la Academia Valenciana de la Lengua (hundiendo en la miseria, y nunca mejor dicho, a la Real Academia Valenciana), los mismos que han consentido la astracanada de la indapandansia de los vecinos del norte, mientras los nostálgicos de Raimón campaban a sus anchas con los aplecs, los correllengua y la falacia de la Escola Valenciana, que tenía poco de escuela y mucho menos de valenciana.
Ahora, con una manifestación fresquita en la memoria, y otra prevista para el próximo sábado, 18 de noviembre, me pregunto, como hacía El último de la fila, aquello de “dónde estabas entonces, cuando tanto te necesité”. Cuando la izquierda valenciana, culturalmente acomplejada, sigue aferrada a la tontuna de “País Valencià”, cuando el centro y la derecha locales siguen nutriéndose de los brotes verdes que supuso Unión Valenciana (aunque silban y se hacen los despistados cuando Aznar asegura que sigue hablando catalán en la intimidad), y el valencianismo (que nunca había tenido mala prensa), se vende como la nueva Falange desde los medios de la capital del Reino. Eso, amigo, dónde estabas...


No sé si la solución de nuestra tierra será el valencianismo (porque, mal que nos sepa, tanto en Alicante como en Castellón se quejan del mismo centralismo en el cap i casal, que los de aquí al protestar respecto de Madrid o Barcelona), pero lo que estoy absolutamente seguro que no es solución son los abrazafarolas que buscan desesperadamente una poltrona, y se animan a hacer una cuidadosa labor de captación de votos para determinados partidos, en ese río revuelto que, desde la Transición (por no ir más atrás y recordar los convulsos tiempos del blasquismo), ha sido el votante valencianista.

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