Mi padre, que esta próxima semana hará diez años que faltó,
acostumbraba a rumiar, cada vez que llegaban elecciones, y Felipe González
hacía campaña con una ajada chaqueta marrón de pana.
- Mira, hijo, ya ha sacado el fulano este la chaquetita a
pasear.
Yo, que era joven e inexperto (con los años, solo he
conseguido cambiar lo primero), no entendía qué manía le tenía mi progenitor a
la chaqueta de pana. Pensaba que, como en mi casa no éramos muy de pana, se
trataba de una queja sobre su estilo. Pero, claro, creces, aprendes y comienzas
a relacionar que quien acabó siendo más recordado por la X de los GAL o los
latifundios en Guinea Ecuatorial, que por cumplir aquello de España no la va a conocer ni la madre que la
parió, desempolvaba la chaqueta justo con las Elecciones Nacionales a la
vuelta de la esquina, cuando era necesario recordar a ese país del IVA recién
impuesto, del De entrada, OTAN no, o
del cierre de los Altos Hornos del Mediterráneo, que el “güeno” del Camarada
González había sido abogado laboralista y, por tanto, amigo del pueblo.
Aquí una chaqueta de pana, aquí un amigo...
Por desgracia, la Historia tiene a repetirse, con distintos
personajes, y como el cambio climático ha desterrado definitivamente las
chaquetas de pana de nuestro guardarropa, necesitamos echar mano de otro
complemento que nos reconcilie con la
terreta. Y aquí es donde entra nuestra Señera coronada y centenaria, a la
que Pedro El Ceremonioso concedió
rango de Real y que no se inclina ante nadie... aunque, para algunos, lo
importantes es que haga juego con los zapatos.
Así, de vez en cuando aparecen salvapatrias dispuestos a la
caza del voto (para sí o para terceros), que se sienten poseídos por el espíritu
de Gandalf, el Gris; ya saben, el mago de El
Señor de los Anillos, con su frase “vuelvo a vosotros en los albores de la
tempestad”, dispuestos a librarnos de ese malvado país de ficción, que en el
libro se llama Mordor, y en la vida real se puede llamar, qué se yo... ¿Países
Catalanes?
De esta forma, con esas fanfarrias y esa pompa mesiánica
(que, llámenlo envidia, pero me suele tocar bastante los cataplines), sacan la
señera del altillo, le sacuden el polvo, se envuelven en ella y salen a la
calle como en el Día del Orgullo, aunque no sepan de dónde les viene el aire
del orgullo ese... Los mismos que se inventaron lo de Comunidad Valenciana, por
no darle el gusto a las hordas fusterianas de clavarnos el infame “País Valencià”
(y, no se nos olvide, porque el Rey Emérito, que acababa de renegar
públicamente de los principios del Régimen, no consentía que en la España que
le apalabró su padre y le dejó el Caudillo en herencia, hubiera otro reino
compartiendo terreno con el suyo), los mismos que contaron los generosos votos
del capo di capi Pujol, mientras se
pergeñaba la Academia Valenciana de la Lengua (hundiendo en la miseria, y nunca
mejor dicho, a la Real Academia Valenciana), los mismos que han consentido la
astracanada de la indapandansia de
los vecinos del norte, mientras los nostálgicos de Raimón campaban a sus anchas
con los aplecs, los correllengua y la falacia de la Escola Valenciana, que
tenía poco de escuela y mucho menos de valenciana.
Ahora, con una manifestación fresquita en la memoria, y otra
prevista para el próximo sábado, 18 de noviembre, me pregunto, como hacía El último de la fila, aquello de “dónde
estabas entonces, cuando tanto te necesité”. Cuando la izquierda valenciana, culturalmente acomplejada, sigue aferrada a la tontuna de “País Valencià”, cuando el centro y la derecha locales siguen nutriéndose de los brotes verdes que supuso Unión Valenciana (aunque silban
y se hacen los despistados cuando Aznar asegura que sigue hablando catalán en la intimidad), y el
valencianismo (que nunca había tenido mala prensa), se vende como la nueva
Falange desde los medios de la capital del Reino. Eso, amigo, dónde estabas...
No sé si la solución de nuestra tierra será el valencianismo
(porque, mal que nos sepa, tanto en Alicante como en Castellón se quejan del
mismo centralismo en el cap i casal, que
los de aquí al protestar respecto de Madrid o Barcelona), pero lo que estoy
absolutamente seguro que no es solución son los abrazafarolas que buscan
desesperadamente una poltrona, y se animan a hacer una cuidadosa labor de
captación de votos para determinados partidos, en ese río revuelto que, desde
la Transición (por no ir más atrás y recordar los convulsos tiempos del
blasquismo), ha sido el votante valencianista.
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