jueves, 30 de octubre de 2008

La Reina Sofía y el orgullo gay

Claman al cielo las peras y las manzanas, que decía Ana Botella, por unas declaraciones de la Reina (la nuestra, mal que le pese a alguno...), acerca de los homosexuales, sus uniones y la exaltación reinónica de su orgullo una vez al año (o, en casos concretos, como era el de Boris Izaguirre en Crónicas Marcianas, cada vez que caía la audiencia). Como siempre en estos casos, se une la manía de sacar de contexto las palabras de un tercero y rasgarse las vestiduras, que es poco liberal y democrático pero queda resultón.

Antes de que nadie me etiquete de monárquico y homófobo (el tontolpijo de Kike Cortizo ya me llamó facha y pepero en su día, opinión que me merece tanto respeto como el propio Cortizo, o sea, más bien poco...). he de recordar que, esos que exigen con malos modos que la Familia Real sean uno más en esta España nuestra, suelen ser los mismos que señalaron al franquismo como culpables de que la Casa Real tuviera que exiliarse a Italia y no regresar casi en cuarenta años, y que aplaudieron como borregos cuando Don Juan Carlos renegó de los Principios del Movimiento y abrió la puerta para que el Carnicero de Paracuellos, entre otros muchos, regresaran de su madriguera sin peluca. Sirva como ejemplo de memoria selectiva de cierto progresismo, que olvida que el Rey que se exilió fue Alfonso XIII, antes de ser acusado de alta traición por las Cortes en 1931, en pleno gobierno republicano.

Y, en lo tocante a la homofobia, personalmente me la pela con quien se acueste cada cual, mientras sea una relación consentida. Como hombre, no sé lo que es sentir atracción por nalgas masculinas, tabletas de chocolate ni barba de tres días ajena, porque desde que mis hormonas llamaron a la puerta de mi vida, siempre me han gustado más Elsa Pataky que David Beckham, vamos. Desde mi punto de vista, entiendo la homosexualidad como puedo entender mi heterosexualidad: Como algo que me toca, como el color de mis ojos, como el color de mi piel o mis pelos en las piernas, es decir, algo que viene de serie como el airbag en los coches.

Personalmente, y como parece afirmar Doña Sofía en su libro de memorias, hacer una exaltación de la homosexualidad una vez al año me parece tan superfluo como lo sería hacer un pasacalles con gente pelirroja, por poner solo un ejemplo. Creo que el hecho de exaltar una parte de uno mismo, en lugar de ayudar a normalizar su situación, provoca más hastío y rechazo que otra cosa. Tan absurdo me parece que una gente se disfrace con plumas y se calce plataformas de medio metro, como una panda de frikis se vistan de Naruto y pongan caras delante de una cámara de televisión. Es divertido pero absurdo. Es simpático, pero absurdo. Independientemente de que la cosa vaya de tetas y culos, o de caballeros Jedi.

Evito, evidentemente, hacer comparaciones torticeras con enfermedades, puesto que la homosexualidad no es una enfermedad ni una desviación sexual (del mismo modo que los zurdos fueron discriminados durante largo tiempo, y su tendencia a utilizar mano, pie u ojo izquierdo no es curable ni tratable... porque, insisto no es una enfermedad).

Sin embargo, y esto por simple respeto a la lengua, me cuesta llamar matrimonio a algo que no lo es. En principio, porque matrimonio proviene de matri-monium, es decir, el derecho que adquiere la mujer que lo contrae para poder ser madre dentro de la legalidad, según el Derecho Romano. Ojo, DERECHO ROMANO, nada que ver con la Iglesia Católica, mal que les pese a los exaltados de turno. Así, llevando el argumento al extremo, no podemos llamar matrimonio a la unión (descabellada) entre un señor y una oveja, porque la oveja no adquiere ningún derecho por que se la beneficie un zoófilo.

Porque, no nos engañemos, estas reticencias no solo tienen que ver con lo religioso, con lo moral... sino también con el derecho, puro y duro. Mi mujer y yo, con un hijo de tres años, no somos un matrimonio porque no hemos firmado ningún papel. Somos una pareja de hecho, que es más o menos lo mismo, pero que aparece como una opción legal perfectamente comprendida, contemplada por reglamentos y leyes, y que nadie se escandaliza (al menos ahora) cuando escucha dicha expresión... ¿Por qué las uniones entre personas del mismo sexo, aunque tengan los mismos derechos que el matrimonio heterosexual, tienen que llamarse matrimonio... si no es exactamente lo mismo?.

En lenguaje llano y basto: Meter el pene en un orificio de la pareja de forma consentida se llama de maneras distintas (siempre de forma culta): En la boca, es felación; en el ano, es sodomía; en la vagina, de haberla, es coito. Incluso hilando fino, el acto anal se puede llamar coito anal, pero siempre con el adjetivo anal para evitar confusiones. Evidentemente, los tres dan gustirrinín... pero no es lo mismo. Son actos sexuales, pero también es un acto sexual darle a la zambomba, y a ver quien es el simple que prefiere machacársela como un mandril a que se la chupen como un botijo... ¿Ven?, ya me han hecho hablar mal...

Volviendo al tema de las uniones unisexuales, creo que el problema no es llamarlo matrimonio o no, sino que no hay cojones de inventar un nombre que no suele horroroso... y que el hecho de afirmar que no ha de llamarse matrimonio viene de la Reina Doña Sofía. Si lo dice un mindundi como yo, en este Foro que lo leen amiguetes, gente que pasaba por aquí e hijoputas rencorosos, no trasciende ni nadie monta el pollo público; ahora, si lo dice la Reina de España, que lleva treinta años demostrando día a día que es un dechado de bondad y virtudes, pero que tiene su opinión como todo hijo de vecino, se arma un Dos de Mayo.

Y, al final, nos encontramos con la doble moral de muchos demócratas de golpe en pecho y boca grande. La Reina lleva años siendo vegetariana, y a todo el mundo le parece bien. Del mismo modo, parece demostrado que la fiesta taurina no es del agrado de Su Majestad, y nadie se escandaliza lo más mínimo. La Reina lleva media vida (o más) ayudando a todo tipo de Centros y Asociaciones de corte social y benéfico, y nos parece una reina guay... Pero resulta que afirma que la Cabalgata del Orgullo Gay está de más y aparece un iluminado diciendo que eso es homofobia institucional.

Así que, si alguien me pregunta si prefiero Reyes o Jefes de Estado, afirmaré que los primeros, por dos motivos: Primero, porque los únicos que me toca sufrir nos salen baratos para todo el trabajo que llevan haciendo en treinta años de democracia (y quien diga lo contrario, que me saque las cuentas...). Y segundo, porque si un Jefe de Estado electo puede acabar siendo el imbécil que ha tenido los cojones de afirmar la sandez de la homofobia institucional , pues casi que Virgencita, Virgencita, que me quede como estoy...

JOSÉ VILASECA HARO

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Soy Pau, que me he liado dándome de alta en Google blog:

haber si bien lo expuesto me parece que no ésta mal planteado si creo que aunque las formas són las correctas el fondo es mejorable o en el mejor de los casos olbidas algunos parámetros más que importantes; para empezar diré que el hecho de que se llame matrimonio a la unión de dos personas del mismo sexo, abandona el apartado de lo léxico para entrar en lo social. Lo que se pretende es más reconocimiento que otra cosa, y para ello se necesita una palabra poderosa que les respalde y la palabra matrimonio lo és.
En cuanto a la reina, yo que soy una contradicción vivente, diré que si bien no me gusta la monarquía y aborrezco como durante siglos se han perpetuado a capricho del pueblo linajes enteros de casas reales en Europa, he de decir que con este rey Borbón no puedo enfadarme XD, y es cierto, solo veo que realizan actos de buena fe, que tenemos un embajador de lujo y un hombre que cuando hace falta defiende a los que entiende como los suyos y que para suerte de todos somos todos los Españoles.
Au cacau que la casa cau.

José Vilaseca Haro dijo...

Hola, Pau, y gracias por la aportación:

Insisto en que las parejas de hecho nos sentimos tan "casados" como cualquier matrimonio, y sin embargo aceptamos un término "poco brillante" para definir nuestra unión, y no pasa nada...

Es por ello, que esa manía de "corregir políticamente" la lengua común (tema que daría para otro artículo), es una lacra de los tiempos que corren, donde a nadie se le caen los anillos por hablar de "los miembros y las miembras", "las fiscalas" o la violencia "de género / machista / doméstica" para hablar de los hijoputas que le pegan a sus mujeres.

Pienso que "matrimonio" es lo que es, y cualquier otra situación análoga, pero distinta, ha de "bautizarse" convenientemente...

JOSE VILASECA

Rigg Veda dijo...

Lo que no podemos pretender es reinventar ahora la historia y poner a cosas que no se llaman de una determinada forma un nombre que no les corresponde.

El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española da como primera acepción del término matrimonio lo que sigue:
[i] (Del lat. matrimonĭum).

1. m. Unión de hombre y mujer concertada mediante determinados ritos o formalidades legales.[/i]

El artículo 32 de la Constitución Española de 1978 reza:
[i]Artículo 32.

1. El hombre [b]y[/b] la mujer tienen derecho a contraer matrimonio con plena igualdad jurídica.

2. La Ley regulará las formas de matrimonio, la edad y capacidad para contraerlo, los derechos y deberes de los cónyuges, las causas de separación y disolución y sus efectos.[/i]

Ese "y" puede entenderse como "un hombre y una mujer" o como parece querer entenderse y se interpreta en el código civil, unión entre un hombre y una mujer, un hombre y un hombre o una mujer y una mujer...

Sin embargo, sin perder de vista el orígen romano de la palabra. La palabra matrimonio como denominación de la institución social y jurídica deriva de la práctica y del Derecho Romano. Su origen etimológico es la expresión "matri-monium", es decir, el derecho que adquiere la mujer que lo contrae para poder ser madre dentro de la legalidad.

La concepción romana tiene su fundamento en la idea de que la posibilidad que la naturaleza da a la mujer de ser madre quedaba subordinada a la exigencia de un marido al que ella quedaría sujeta al salir de la tutela de su padre y de que sus hijos tendrían así un padre legítimo al que estarían sometidos hasta su plena capacidad legal: es la figura del pater familias.

Vamos... que me digan ustedes cómo narices una pareja homosexual puede llamarse matrimonio... y es tan sólo una cuestión etimológica ya que tanto nuestra constitución, como nuestro código civil les garantizan los mismos derechos y obligaciones a dichas uniones, sin que sea necesario llamarlas así...

Anónimo dijo...

Escrito por Pau Romero:
Y ¿te importa mucho Rigg, como se llame el acto? Si esas personas son felices llamándolo matrimonio a mi me da igual y creo que a la mayoría de españoles tb. Como si quieren llamarlo concilio intermarital, mientras sean felices, ¿no podemos dejarlos a su libre alberdío y preocuparnos de cosas más importantes?, como el hecho que el 40% de asalariados no llega a 1000€ al mes y todavía ha pedido la unión de empresarios que se modifique la ley de trabajo para que los despidos sea más baratos.
No sé, a veces creo que nos tragamos todas las cortinas de humo de los políticos y perdemos de vista lo que realmente importa.

EXTRAVIOS DE LA CONCIENCIA dijo...

Me declaro ferviente admirador de su blog, creo que conozco a algunas personas de sus artículos.
Saludos y a seguir así.

José Vilaseca Haro dijo...

Se agradece el detalle; si conoce a alguna persona de las que cito en el blog, espero de corazón que su experiencia con ellas sea mejor que la mía (en el caso particular de los que me desprecian), o que sea, el menos, tan buena como la mía (en el caso de aquellos con quien comparto amistad y complicidad cercana)

Un cordial saludo

JOSE VILASECA

Anónimo dijo...

Hola a todos, soy MÁS ANóNIMO, ya me he pasado por otros lugares del blog y me parece interesante este tema. Creo, sin embargo que sería importante hacer dos precisiones en función de los argumentos expuestos:

- No podemos anquilosarnos en la etimología no para ampliar (que no cambiar) la definición de un término. La lengua es un elemento vivo, que se encuentra en continuo cambio. Y una de las causas principales de ese cambio es el uso que se hace del lenguaje. El lenguaje evoluciona en función del uso que de él hace la sociedad, y este caso es especialmente acuciente, ya que lo que se reclama al llamar matrimonio a las uniones homosexuales no sólo es un elemento de reconocimiento en una sociedad que pretenda llamarse igualitaria, sino que ante todo es una demanda social extendida. Frente a esto, la etimología no puede actuar como freno (máxime si tenemos que remontarnos al imperio romano para rastrearla), ya que la etimología no ha frenado que el significado de muchas palabras se viese alterado por nuevas acepciones que a veces eran incluso contrarias a sus definiciones originales, como es el caso de la palabra "radical", que si comenzó significando "fundamental", "profundo" o "agudo" en cuestiones de pensamiento, hoy se utiliza mayoritariamente para designar al extremista, al tajante o al intransigente, sobre todo en cuestiones políticas.

- No podemos escudarnos, por otro lado, en el hecho de que, como ciudadanos, algunos de nosotros encontremos el mismo reconocimiento social en la pareja de hecho que en el matrimonio. Coincido plenamente con el autor del blog en que no necesito una mayor legitimidad que la de ser pareja de hecho para fundamentar mi vida de pareja (de hecho, yo también soy pareja de hecho). Sin embargo, no podemos pretender que nuestras preferencias personales, que por definición son subjetivas, deban (ni tan siquiera puedan) extenderse al resto de la sociedad como un dato objetivo. En suma, puede que nosotros consideremos suficiente el hecho de ser parejas de hecho para fundamentar nuestras relaciones (como pareja socialmente reconocida), pero puede haber muchos otros que no lo consideren así, y deben tener derecho a que se les asista si es el caso.

Perdón si me he extendido demasiado. Un saludo.

José Vilaseca Haro dijo...

Perdón por la intervención, pero el camino que lleva el hilo de los comentario me recuerda al capítulo de "Cámera Café" donde Jesús Quesada (Arturo Valls), se casaba "sin querer" con una stripper de Las Vegas, y su compañero Julián trataba de hacerle ver que eso era BIGAMIA, a lo que Jesús le respondía, con toda la insconciencia que hace tan fantástica esa serie, "pero Julián, contra el amor no se puede luchar"...

En definitiva, que todos entendemos que las personas se pueden querer de dos en dos sin importar el sexo de ambas, o incluso en grupo... pero querer llamarlo a todo igual...

JOSÉ VILASECA