martes, 8 de julio de 2008

Ayer me llamaron "Señor"...

Si existe prueba irrefutable de que uno se hace mayor, aunque le joda, no son las canas, ni las arrugas... sino que alguien se dirija a ti como "señor".

Ya antes había escuchado este apelativo, a veces detrás del mostrador de la tienda, o al otro lado del escritorio del despacho, pero siempre salía de boca de algún chaval al que doblas en edad, lo que supone un cierto alivio y, a veces, te anima a esbozar una sonrisa. "Señor", dices, pero si estoy hecho un chiquillo, a ver, ¿cuantos años me echas?. Etcétera...

Pero si ese mismo "señor" se escucha de labios de otro señor, este de mediana edad, en la frontera de la jubilación, produce una sensación de abatimiento inexplicable.

Ya sé que en mes y medio cumpliré los treinta y tres, que es esa mística edad con la que contaba Jesucristo cuando lo crucificaron, y en la que si aún queda algún vestigio de la adolescencia en ti, mejor coja usted una pala y entiérrela, porque ya no hay vuelta atrás... Supongo que aquel que me llamó señor no sabía que tengo un chiquillo, o que llevo casi once años con mi mujer (que se dice pronto...), ni que el próximo septiembre soplaré treinta y tres velitas. Simplemente, se tuvo que dirigir a mí, me vió... y no le salió un "¡oye, muchacho!" o un "perdona, chico", ni siquiera un rudo "¡eh, tú!"... sino un lapidario "oiga, señor". Una forma muy educada y correcta de darme una patada en las bolas, aunque, pobre hombre, tampoco tiene ninguna culpa...

Supongo que resulta chocante, después de tantos años esperando que alguien utilice el "usted" para dirigirse a mí, después de terminar la universidad, el postgrado y entrar en la función pública, criar a un chiquillo y convertirme (a mi pesar) en cabeza de familia de DOS familias, que me siente mal que se dirijan a mí utilizando ese término. Un término que me gusta, todo sea dicho de paso, que describe a la perfección y con solo cinco letras a los que se visten por los pies, a los que mantienen el tipo, a los que tienen clase y modales...

Aún así, uno que tiene alma de niño, no puede más que sentir un escalofrío cuando se le nombra de tal modo. Como si alguien, en un lugar lejano, le acabara de dar una vuelta al reloj de arena de tu vida.

Sea, pues, señor.

JOSÉ VILASECA


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