No quiero pagar.
No quiero pagar la deuda avariciosa de bancos
que han jugado con todos los ases en la manga, concediendo hipotecas a
quienes no podían pagarla, aún sabiéndolo. Pero tampoco quiero pagar a
idiotas que vivieron por encima de sus posibilidades, envidiosos que se
empeñaron hasta las cejas por tener un coche mejor que el vecino.
No quiero pagar los caprichos de políticos corruptos, de condes y
duques que no tienen de noble ni siquiera el título. No quiero pagar las
comisiones de las cuentas en Suiza de gente que no conozco. Pero
tampoco quiero pagar los múltiples sueldos de los opositores inútiles, o
llenar el estómago agradecido de unos sindicatos que sólo saben poner
el cazo.
No quiero pagar la sanidad de quien no ha cotizado
nunca en su vida y aterriza de la patera. No quiero pagar ayudas a la
dependencia, o a determinadas situaciones especiales; que cada palo
aguante su vela. No quiero pagar los EREs de empresas que nunca
repartieron beneficios cuando las vacas eran gordas, y ahora se reparten
la misera. No quiero pagar los despidos ni las jubilaciones de
empleados públicos puestos a dedo, las rentas mínimas de los que no
saben hacer la “o” con un canuto ni tienen intención de aprender. No
quiero pagar los cursos de reciclaje de aquellos que se llenaban las
manos con dinero negro en la terraza del bar, la obra o cualquier otro
trabajo donde ni siquiera hacía falta saber leer para plantar la mano y
llevárselo muertecito.
No quiero pagar los excesos de unos
pedófilos con sotana, de unos integristas lapidadores, de unos
idólatras. No quiero pagar palios ni tronos, no quiero pagar la
conversación de monumentos que no me representan.
No quiero
pagar la deuda de los equipos de fútbol que se convirtieron en empresas
privadas y luego pidieron rescates públicos. No quiero pagar el nuevo
estadio de ningún pinchaúvas nacional o de un jeque extranjero. Ya que
estamos, no quiero pagar nada para que un grupo de amiguetes cierren mi
calle durante un mes al año y quemen trastos, o se pongan un hábito y
procesionen, o se vistan con un tanga de cuero y saquen a pasear su
bandera multicolor, gracias a las subvenciones públicas.
No
quiero pagar obras faraónicas, aeropuertos sin aviones, embajadas de un
cantón de mi país en tierra extranjera. No quiero pagar el mantenimiento
de estatuas ecuestres de héroes de los que ya no me acuerdo, placas de
personas que no me interesan, memoria histórica que tiene de memoria lo
mismo que de histórica.
Al leer este texto, habrás estado de
acuerdo en algunas partes, y radicalmente en contra de otras; quizás has
comenzado con una sonrisa, en plan “qué razón tiene este fulano”, y has
acabado torciendo el gesto, preguntándose qué clase de mamón es capaz
de escribir algo tan retorcido.
Tus impuestos y los míos
sirven para pagar cosas que te importan, y otras que no. Tu voto
soluciona grandes problemas y genera otros tantos. Piensa que lo que tú
consideras justo, es injusto para otros, y que la sociedad implica un
gran acuerdo entre todos sus componentes.
Nos encaminamos hacia
un punto sin retorno donde los gritos, las pancartas, los dedos alzados
y las amenazas pueden acabar en el lenguaje de las armas. Que cada uno
haga lo que crea conveniente.
José Vilaseca
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