jueves, 11 de abril de 2013

No quiero pagar

No quiero pagar.

No quiero pagar la deuda avariciosa de bancos que han jugado con todos los ases en la manga, concediendo hipotecas a quienes no podían pagarla, aún sabiéndolo. Pero tampoco quiero pagar a idiotas que vivieron por encima de sus posibilidades, envidiosos que se empeñaron hasta las cejas por tener un coche mejor que el vecino.

No quiero pagar los caprichos de políticos corruptos, de condes y duques que no tienen de noble ni siquiera el título. No quiero pagar las comisiones de las cuentas en Suiza de gente que no conozco. Pero tampoco quiero pagar los múltiples sueldos de los opositores inútiles, o llenar el estómago agradecido de unos sindicatos que sólo saben poner el cazo.

No quiero pagar la sanidad de quien no ha cotizado nunca en su vida y aterriza de la patera. No quiero pagar ayudas a la dependencia, o a determinadas situaciones especiales; que cada palo aguante su vela. No quiero pagar los EREs de empresas que nunca repartieron beneficios cuando las vacas eran gordas, y ahora se reparten la misera. No quiero pagar los despidos ni las jubilaciones de empleados públicos puestos a dedo, las rentas mínimas de los que no saben hacer la “o” con un canuto ni tienen intención de aprender. No quiero pagar los cursos de reciclaje de aquellos que se llenaban las manos con dinero negro en la terraza del bar, la obra o cualquier otro trabajo donde ni siquiera hacía falta saber leer para plantar la mano y llevárselo muertecito.

No quiero pagar los excesos de unos pedófilos con sotana, de unos integristas lapidadores, de unos idólatras. No quiero pagar palios ni tronos, no quiero pagar la conversación de monumentos que no me representan.

No quiero pagar la deuda de los equipos de fútbol que se convirtieron en empresas privadas y luego pidieron rescates públicos. No quiero pagar el nuevo estadio de ningún pinchaúvas nacional o de un jeque extranjero. Ya que estamos, no quiero pagar nada para que un grupo de amiguetes cierren mi calle durante un mes al año y quemen trastos, o se pongan un hábito y procesionen, o se vistan con un tanga de cuero y saquen a pasear su bandera multicolor, gracias a las subvenciones públicas.

No quiero pagar obras faraónicas, aeropuertos sin aviones, embajadas de un cantón de mi país en tierra extranjera. No quiero pagar el mantenimiento de estatuas ecuestres de héroes de los que ya no me acuerdo, placas de personas que no me interesan, memoria histórica que tiene de memoria lo mismo que de histórica.

Al leer este texto, habrás estado de acuerdo en algunas partes, y radicalmente en contra de otras; quizás has comenzado con una sonrisa, en plan “qué razón tiene este fulano”, y has acabado torciendo el gesto, preguntándose qué clase de mamón es capaz de escribir algo tan retorcido.

Tus impuestos y los míos sirven para pagar cosas que te importan, y otras que no. Tu voto soluciona grandes problemas y genera otros tantos. Piensa que lo que tú consideras justo, es injusto para otros, y que la sociedad implica un gran acuerdo entre todos sus componentes.

Nos encaminamos hacia un punto sin retorno donde los gritos, las pancartas, los dedos alzados y las amenazas pueden acabar en el lenguaje de las armas. Que cada uno haga lo que crea conveniente.
José Vilaseca

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