La triste pérdida de Verónica Forqué y las informaciones que apuntaban a su supuesto suicidio vuelven a traer a la palestra un par de temas abiertamente controvertidos: la salud mental y el suicidio. Parece que hay miedo a hablar de estos temas, que la corrección política (o el temor a la imitación), nos anima a pasar de puntillas por el asunto y acabar afirmando que son “cosas que pasan”.
Y, es cierto, son cosas que pasan… más a menudo de lo que parece. La presión profesional, los divorcios conflictivos, el consumo de drogas, la ruina económica o problemas graves de salud mental empujan a personas, más de las que nos imaginamos, a acabar con su vida. No sólo es un drama sino que parece que nadie se pregunta por qué realmente alguien quiere “quitarse del medio” y cómo respondamos socialmente nos valorará en conjunto: si seguimos dando la espalda a esta realidad, al final, somos cómplices de la misma.
La “solución” que algunos iluminados han encontrado es,
pásmense, cancelar “Masterchef” porque, claro, fue “la puntilla mató” a
Verónica Forqué. Esto me recuerda al dicho del dedo que apunta a la luna y el
necio sólo mira al dedo. Nadie se pregunta qué le ocurría a Verónica, si estaba
preocupada por su salud, por su trabajo, si se veía sola o mayor, si había
tenido alguna grave decepción en su vida o el lastre que traía tras de sí.
Ante estas dudas nos tenemos que preguntar: ¿está preparada
la Sanidad Pública para atender la demanda de “paz mental” de millones de
personas? Citas que se atrasan durante meses, medicación sistemática y
tratamientos en ocasiones discutibles o contradictorios entre sí. O, peor
todavía: ¿estamos preparados a nivel personal para tener cerca de nosotros a
alguien inestable emocional o psicológicamente? Más allá de bonitos mensajes en
redes sociales, velas y oraciones, ¿detectamos y tendemos una mano a quien nos
da mensajes claros de que está al borde del precipicio?
Soy el primero que admite mi incapacidad o mi distancia, en
ocasiones, respecto de esas personas. Quizá porque no son de mi círculo
personal y considero “invasivo” preguntarles abiertamente “si están bien”, o
por temor a una mala reacción. Igual que estamos preparando a la nueva
generación para evitar el acoso, el machismo, la homofobia… deberíamos trabajar
la empatía por el prójimo y saber que una sonrisa, un saludo, un café o una
visita hace más bien que una caja de Diazepam.
Gracias por leerme.