viernes, 20 de marzo de 2015

Presentación del libro "Historia de Valencia en pildoritas"

Pues sí, lo he conseguido de nuevo. Y, de nuevo, valga la redundancia, estoy aquí para anunciarlo. Otra aventura literaria del vil Vilaseca que llega a buen puerto y que espera contar con vuestra bendición y/o vuestra crítica... pero, por encima de todo, con vuestra presencia.

Aún recuerdo cuando, allá por 2009, ese proyecto titulado Padre Muerte comenzó a tomar forma, y muchos pensaban que me había limitado a fotocopiar un montón de páginas y encuadernarlas en gusanillo, como si de un trabajo escolar se tratase. Quizá sea una de las maldiciones del escritor, hacer pensar a todo el mundo que tu fiebre creadora pueda acabar siendo un bloque de folios presentados de aquella manera, fácilmente aparcables en el rincón del ya le echaré un vistazo después. 

No quisiera que esta entrada en mi blog personal se convirtiese en otra sensión de látigo en contra de anónimos y exaltados que, ciertamente, hace tiempo que apenas levantan la voz (siquiera la voz virtual), así que, lo mejor es explicar qué es Historia de Valencia en pildoritas y a qué se debe su existencia.

Ciertamente, en septiembre de 2011 (si mal no recuerdo), mi buen amigo y maestro de ceremonias radiofónicas, Emilio Navarro, conductor del programa Ya Estamos Todos en la 91.4 FM de Valencia (sí, quién me iba a decir a mí, levantinista irredento, que iba a acabar colaborando en la emisora de Julio Insa...), me propuso hacer una sección breve y directa sobre historias, leyendas, anécdotas, personajes emblemáticos y curiosidades de la ciudad del Turia.

La propuesta caló entre la audiencia (no quiero emplear los términos fue un éxito indiscutible o similares, por simple humildad... pero gustó y mucho, para qué negarlo), y poco a poco las leyendas del cap i casal, crecieron hasta convertirse en Historias del Antiguo Reino de Valencia y, desde la temporada pasada, en Historias de España en pildoritas. Y hasta que el cuerpo aguante.

El formato no tiene más secreto que cuatro o cinco minutos comentando una curiosidad histórica de nuestra piel de toro. Sin embargo, ilustran, divierten y no aburren, creando una sana adicción que te anima a seguir escuchándolas semana tras semana. El siguiente paso, evidente por otra parte, era darle forma de libro y mantener la estructura concisa y didáctica que tenía su hermana mayor en las ondas.

En total, más de cien historias, muchas de ellas ilustradas por la mano maestra de Ana Muñoz, indumentarista y pintora, y mi hermana Mari Vilaseca, fotógrafa, que forman una historia de las historias de Valencia sorprendente y divertida. Algo más que un libro de Historia que, espero, tengáis a bien compartir conmigo el próximo 10 de abril. Os espero



José Vilaseca

Breve edición: Para quien esté interesado, En Valencia, el libro está disponible en el Kiosco Carettocopia (Avda/. Antiguo Reino, 14), así como en las distintas librerías París Valencia, en Papelería Galindo (c/. José Benlliure, 110 - Canyamelar) y en el estudio fotográfico Marvi (c/. Justo Vilar, 9 - Canyamelar)

lunes, 16 de marzo de 2015

Las armas en la Semana Santa Marinera (VI) - Legionarios romanos

Después de cinco artículos sobre las distintas guardias y antiguas Corporaciones Armadas que pueblan nuestra querida Semana Santa Marinera, parece que ya estaba todo dicho: Dedicamos sendos monográficos a las Hermandades en cuyo nombre aparecen dos de los soldados romanos más cercanos a la Pasión y Muerte de Nuestro Señor (Pretorianos y Longinos), viajamos al Imperio Romano de Oriente para recordar a la Guardia Bizantina de la Hermandad del Cristo del Perdón, fuimos cruzados con los Sayones y vencimos las guerras napoleónicas al frente de los Granaderos. ¿Realmente hemos finalizado?

En realidad, no. Y quizá, el artículo de hoy llega en un momento especialmente complicado, en el que ha quedado abierto el debate en Junta Mayor acerca de la idoneidad de determinadas guardias armadas, debido a la petición de la Hermandad de la Coronación de Espinas del Cabanyal. Sin entrar a valorar tal aspecto, pues no es esa mi intención en ningún momento, sí me gustaría complementar el recorrido por la Legión romana, reflejada en distintos y diversos legionarios vistos en nuestra procesiones, y especialmente del equipamiento que portaban.

A nuestros legionarios semanasanteros los hemos visto portar el gladius, o espada romana, la lancia de larga asta y el scutum (o escudo de campaña), siendo quizá el de la siguiente fotografía el que mejor representa históricamente el escudo que se portaba durante las contiendas (y que, puedo dar fe, pesaba considerablemente).


Aunque quizá no debiéramos tratarlo como tal, el flagelo (flagrum taxillatum), que portan los legionarios de la Real Hermandad de la Flagelación del Señor, aparece tanto en nuestras procesiones como en las Sagradas Escrituras, y le dedicaremos un par de líneas.
 
El flagelo corto estaba formado por un mango de unos treinta centímetros, con varias tiras de cuero sueltas o trenzadas (el flagelo de nuestra Hermandad semanasantera porta tres, pero en ocasiones podía haber más tiras), de largo no siempre uniforme, que tenían atadas a intervalos tanto pequeñas bolas de hierro, así como pedazos afilados de hueso de oveja; el castigo de la flagelación estaba reservado a quienes no fueran ciudadanos romanos (ya que estos sólo eran fustigados).

Del mismo modo, la flagelación se solía producir durante el recorrido del tribunal al lugar donde se iba a ajusticiar al reo, y tan solo ocurría en el propio tribunal cuando la pena de flagelo era sustitutiva de la pena capital (tal y como se lee en Lucas, 23: “Nada ha hecho, pues, que merezca la muerte. Así que le castigaré y le soltaré”).

Podemos pasar ahora a la guardia romana del Ecce – Homo.
Quizá lo más característico de esta guardia (como ocurre con los Pretorianos), sea la coraza de una sola pieza. 

Es cierto que los distintos legionarios romanos empleaba la lórica (segmentada, hamata o anillada y escamada), pero la influencia del linotórax griego hacía que en algunas formaciones auxiliares, así como en diversos mandos superiores, se mantuviera la coraza de una pieza, que protegía pecho y espalda y que solía hacerse a medida, de cuero endurecido con incrustaciones (como ocurre en el legionario visto en la Hermandad de la Coronación de espinas, con un peto de evidente inspiración cinematográfica), o incluso de bronce.
En el caso de Coronación de Espinas, uno de los detalles que podríamos comentar sería la forma del casco, de inspiración helena. Recordemos que en la época imperial, el casco (también llamado gálea), contaba con protecciones para el rostro más pequeñas que las que aparecen en la foto y, sobre todo, articuladas a la altura de las sienes, tal y como podemos comprobar en este gráfico:
Pasemos, si queréis, a la guardia romana de la Hermandad de la Crucifixión del Señor y, en este caso, detengámonos en la túnica, de un brillante color rojo. Al respecto del color de las túnicas de los legionarios, tal y como hice con uno de los lectores de este blog en la última entrada (desde aquí un saludo a Guillermo), rescato una breve reseña de Julián Torrecillas, profesor de la Universidad de Castilla – La Mancha, citando a Phillip Matiszak, que explica muy bien el tono de estas túnicas.
La túnica del legionario sufre un enorme desgaste y hay que renovarla más o menos cada dos meses... y cuesta seis denarios la más barata. La túnica de faena suele ser de paño sin teñir, y la de paseo blanca. Como este color se consigue con orina y vapor de azufre, el legionario se llevará la primera vez una impresión inolvidable.
Es de una sola talla, tan ancha como larga, quedando por encima de la rodilla. Es mejor una de cuello ancho por el que poder sacar el brazo dejando el torso al aire. Además, con un cinturón en la cintura, sirve para guardar cosas que sacaremos por el cuello. En climas cálidos es conveniente que sea de lino, y en fríos de lana.
Su limpieza se hace de forma colectiva, por lo que los colores irán difuminándose entre todas las de la unidad. El tinte blanco es más fácil de mantener y, además, las manchas se localizan buen (una fibra sucia que entre en una herida puede ser mortal). El tinte roja –la rubia-, es barato, fácil de conseguir y enmascarar las manchas de sangre sangre, pero la verdad es que al legionario le importa poco si no es la propia. Como destiñe rápidamente por efecto del sol, lo legionarios suelen volver de campaña con un rosa de lo más coqueto. 
Es difícil que un legionario romano vistiera un rojo tan intenso, especialmente a partir del primer lavado comunitario o tras unas cuantas jornadas de campaña. Quizá sea más difícil de visualizar ese calzón largo que asoma hasta la rodilla, del mismo color que la túnica.

Quizá precisamente ese tono ligeramente rosado o beis de la túnica se asemeje mucho más al de los legionarios del Santo Silencio y la Vera Cruz que podemos ver en la siguiente imagen.
 
aunque, como ya comentamos en su momento, el tipo de escudo que portan sea demasiado pequeño para el legionario, y sí más adecuado para la caballería auxiliar, que difícilmente podría cargar consigo el pesado scutum

Finalizaremos con un elemento del que apenas hemos hablado y es precisamente el calzado. ¿Es correcta la bota cerrada que vemos en los soldados del Santo Silencio o resulta más adecuada la sandalia? En realidad, el legionario romano portaba las caligae, de cuero remachadas con clavos, tal y como vemos en la imagen.
Este tipo de sandalias son muy recomendables para aquellas personas que quieran organizar una recreación histórica y vayan a caminar campo a través. El problema es que para nuestras procesiones son impracticables (especialmente en las zonas del Cabanyal – Canyamelar que aún tiene adoquines, o sobre el mármol de nuestras iglesias), y pueden provocar accidentes.

Hasta aquí mi reseña de hoy, esperando que haya sido de vuestro agrado.
JOSÉ VILASECA HARO

Las armas en la Semana Santa Marinera (V) - Guardia bizantina

Con mis mejores deseos de que esta haya sido una Semana Santa inolvidable para todos, les traigo de nuevo esta curiosa mezcolanza de historia y tradición, recreación bélica y religiosidad, con una llamativa guardia que, a pesar de tener bastante tradición en nuestra Semana Santa Marinera, apenas pudimos disfrutar unos años gracias al trabajo de la Hermandad del Cristo del Perdón. 
 

Se trata de la GUARDIA BIZANTINA (que, en su momento, fue conocida como Guardia Vicentina en su forma popular), y que representa las tropas de Bizancio, el Imperio Romano de Oriente, fundado por Constantino I allá por el 330 después de Cristo. A nivel histórico, fue de gran influencia como bastión cristiano durante las primeras Cruzadas pero para el mundo occidental, su ruptura con el Imperio Romano de Occidente y, posteriormente, su distanciamiento con el Sacro Imperio Romano Germánico, lo convierten en unos grandes desconocidos.

A pesar de ello, tanto Constantino como la emperatriz Elena consiguieron grandes hitos para la Cristiandad: El empleo generalizado de la cruz como símbolo del cristiano (a diferencia del pez durante los primeros tiempos), la búsqueda de los lugares santos y de las sagradas reliquias (el Santo Sepulcro, los clavos de la cruz o clavi sacra, etc…)
 

Ciertamente, existían muchos distintos tipos de guardias bizantinos, sobre todo porque su posición estratégica hizo que gentes de todos los lugares viajara a Constantinopla como mercaderes, siervos y mercenarios, y ofreciera sus servicios a uno de los mayores reinos de Oriente. Por ejemplo, la guardia varangia o varega , que sirvió de escolta personal a los emperadores bizantinos, tenía procedencia nórdica (vikinga, al comienzo, y danesa y anglosajona posteriormente), y estaban armados con grandes hachas. Salvo algunos detalles en las capas y los escudos, poco se distinguían de los piratas que asediaban las costas del Mar del Norte.


La guardia bizantina, al igual que sus coetáneos occidentales, se equipaba con una armadura laminada o anillada (atrás quedaron ya los años de la lórica segmentada del clásico legionario romano), y con varios tipos de escudos. 
 

La infantería portaba, generalmente, escudo ovalado llamado skuta, que le permitía combatir con una nueva forma de lucha, importada de las últimas invasiones germanas, llamada muro de escudos, de corte mucho más defensivo que la falange o la manípula. Otros, generalmente la infantería ligera y la caballería, portaban otro, redondo, de unos 70 cm. de diámetro llamado thureos.


Las armas que portaban era, básicamente, una pequeña cantidad de lanzas cortas, arrojadizas, que les permitía acabar con los blancos cercanos una vez levantaban el ya mencionado muro de escudos. Una lanza más larga, de unos tres metros y medio de largo, llamada kontos o kontarion que les permitía combatir a media distancia, y una espada larga, muy similar a la que importaron los bárbaros en sus últimas escaramuzas, y que “jubiló” al gladius en esta nueva forma de lucha.


La espada o spathion, de doble filo, medía poco menos de un metro de longitud, y nos recuerda a la gran mayoría de las espadas medievales, con el detalle de la empuñadura, de corte oriental.


La guardia bizantina que hemos visto desfilar en nuestra Semana Santa Marinera, respeta la forma de la coraza, el faldón y la espada, aunque erra en el diseño del escudo, que debería ser ovalado en lugar de rectangular. Del mismo modo, el casco bizantino tenía claras reminiscencias orientales (ligeramente ovalado, rematado en punta en muchas ocasiones, y con plumas caídas), mientras que en el caso de nuestros soldados observamos un casco muy parecido al de los legionarios romanos de la época de Claudio o Tiberio.
 

A pesar de ello, hemos de elogiar el esfuerzo por mantener viva una tradición de la que apenas quedan testimonios gráficos (agradeceríamos que alguien compartiera con nosotros alguna imagen de aquella guardia bizantina primigenia), y que sin duda forma parte de la herencia viva de nuestra Semana Santa Marinera.
 
 
 
JOSÉ VILASECA HARO

Las armas en la Semana Santa Marinera (IV) - Longinos

Siempre es un placer regresar a este espacio, donde observamos desde un punto de vista de la historia bélica aquellas guardias de nuestros tronos-anda, las antiguas corporaciones armadas y, en general, todos los soldados de distinta época que forman parte de nuestra querida Semana Santa Marinera.

En esta ocasión, la labor se complica ya que, de nuevo, presentamos a un tipo de soldado romano como ya hicimos en su momento con los pretorianos, y siempre queda la duda de la repetición. Afortunadamente, el gran imperio romano tuvo tal cantidad de matices en los guerreros que formaron parte de su tropa a lo largo de los siglos, que podemos estar seguros de contar con información nueva para este texto.

Hoy, hablaremos de Longino y de los Longinos, pues el primero fue el personaje histórico que inspiró a los segundos, cofradía cabañalera que llena de color y de historia las calles de nuestros barrios desde 1925.

La historia de Longinus, el soldado romano a quien la tradición señala como aquel que atravesó el costado de Nuestro Señor con una lanza, es compleja y rica en detalles. 

 
En su boca se ponen las proféticas palabras de Marcos, 15 (En verdad, este es el Hijo de Dios), o se llega aventurar que, siendo prácticamente ciego, la sangre y la pleura que surgió de la herida abierta entre las costillas del Salvador lo sanó, obrando un milagro.
 
Finalmente, entra en el santoral cristiano como San Longino de Cesarea, celebrándose el 16 de octubre, aunque no hay constancia de su martirio. Aunque en Juan, 19, aparece reflejada la presencia de un soldado lanceando a Jesucristo para comprobar que había expirado (a diferencia de los dos ladrones, Dimas y Gestas, a quienes se rompe las piernas para precipitar la muerte), sólo en textos apócrifos y muy posteriores se menciona a Longino.

Pero Longino era uno entre muchos. Podemos asegurar que perteneció a la X Legión Fretensis que estuvo desplegada durante décadas en Siria y Judea, participando en la Primera Guerra Judeo – Romana (hemos de recordad que Pilatos fue cesado de su puesto por aplastar de forma particularmente sangrienta una revuelta de los samaritanos); los soldados romanos que vivieron aquellos tiempos turbulentos no fueron precisamente bien recibidos por unos judíos que llevaban siglos defendiéndose de ataques, asedios y conquistas, y no llevaban precisamente bien el hecho de ser “pueblo sometido”.
 
 
 
Respecto a lo que nos compete, el armamento de Longinus y de la tropa asentada en Judea, hemos de suponer que, como todos los legionarios romanos (tal y como comentamos en el artículo sobre los pretorianos), de aquella época, portaría lórica (armadura), una toga de color claro (pues el tinte era raro y considerablemente caro para el soldado), y las armas habituales. Quizá lo más curioso es que en prácticamente todas las representaciones aparece con una capa, cuyos extremos cuelgan sobre los hombros o los brazos, por lo que la capa corta que portan nuestros propios longinos sería una forma adecuada de ajustarse, si no ya a la historia, sí a la representación del santo.
 

 
 
Quizá el único error destacable que podemos observar en nuestros longinos respecto del soldado romano asentado en Judea sea, precisamente, la lanza. 
 
 
 
Mientras que nuestra corporación de longinos porta una clásica alabarda medieval (un arma de asta larga, rematada por una cabeza de hacha y el extremo de una lanza), que no se vio en Europa hasta bien entrado el siglo XIII, la lanza del Longino era considerablemente distinta y tiene su propia leyenda: Del mismo modo que hay distintos cálices que pueden señalarse como aquellos que acompañaron a Cristo y a los apóstoles en la última cena, el arma de Longinus (llamada lanza sagrada o lanza del destino), también aparece repetida como reliquia, tanto en el propio Vaticano como en Viena (Austria).
 
 
 
Se trataría, pues, del hasta romana, una lanza de empuje, a diferencia del clásico pilum pesado, o la veruta, más ligera, que eran lanzas arrojadizas. A pesar de que los soldados que utilizaban de forma habitual la lanza, los hastati, fueron transformándose progresivamente en legionarios armados con lanzas arrojadizas y espadas (gladius), el hasta nunca se abandonó por completo, y en las guardias ciudadanas, donde armas tan contundentes como el pilum resultaban inefectivas, se empleaba de forma habitual la lanza.
 
 
Como siempre, agradeciendo el tiempo que habéis dedicado a leer mi escrito, y a la espera de compartir uno nuevo con todos vosotros, me despido compartiendo un pedacito de historia semanasantera, en esta ventana que es el blog de EOS.
 
JOSÉ VILASECA HARO

Las armas en la Semana Santa Marinera (III) - Sayones

Después de haber hablado, en los anteriores artículos, de pretorianos romanos y de granaderos napoleónicos, vamos a escoger en esta ocasión una figura conocida en nuestra Fiesta y con cierta controversia histórica como son los sayones.

Para el público general, el sayón semanasantero es un soldado de corte medieval, un cruzado de los Santos Lugares, protector del Santo Sepulcro y custodio del Cáliz de la Última Cena de Nuestro Señor. Lo hemos visto con saya y jubón de cuero (como los desaparecidos Sayones de Los Ángeles).
 

o con cotamalla metalizada y el emblema de la cruz en el pecho, como los Sayones de San Rafael – Cristo Redentor.
 

Una persona que desconociera la historia medieval, podría sentir sorpresa ante dos formas tan distintas de representar a un mismo tipo de soldado. Lo cierto es que, realmente, tanto la Primera como la Segunda Cruzada (especialmente la Primera), fueron una llamada a las armas respondida por nobles y plebeyos de toda Europa desde el Reino de Aragón hasta Bizancio y que la imagen de uniformidad de las órdenes religiosas apenas se estableció desde entonces, y no antes. En algún caso, escuderos y vasallos de un señor feudal podían portar la librea de este, pero no era lo más común.

El guerrero de la Primera Cruzada todavía tenía un aspecto de caballero normando, con el escudo alargado y en forma de lágrima, con una cota de malla anillada o laminada, generalmente equipado con una lanza para mantener al enemigo a raya, y una espada para el combate cuerpo a cuerpo. 
 
 
 El siervo o el campesino que buscaba fortuna en Tierra Santa, solía equiparse de forma mucho más austera, con algún tipo de corpiño de cuero y con un hacha o espada de baja calidad (muchos de ellos formaron parte de la llamada Cruzada de los Pobres de Pedro el Ermitaño, a partir de 1094, derrotados en Nicea y masacrados por los turcos).
 
 
Pero volvamos a nuestros sayones y, sobre todo, a sus armas. Tanto en el caso de la Corporación de Sayones como en las anteriores Hermandades y Cofradías que han representado a estos soldados, el arma por excelencia es la espada medieval. Se trata de un arma cruciforme, de uno o dos filos, con una empuñadora que permitía poder esgrimirla a una o a dos manos, que evolucionaría hacia la espada larga o espada bastarda, ya a partir del siglo XIV, y cuyo origen se encuentra en las espadas normandas.
 
 
Se trataba de una espada pesada, que ofrecía una buena esgrima, y que servía para atravesar la mayoría de las ligeras armaduras sarracenas al tajo, y para quebrar huesos como arma contundente.
 
 
Cierto que en algunas procesiones hemos visto portar modelos muy semejantes a la tradicional Tizona del Cid, con los gavilanes o guardamanos en forma de hojas muy ornamentadas. 
 

Este hecho se da por tratarse de una de las espadas más fáciles de conseguir en el mercado, relativamente económica, pero quizá se aleja de la estética puramente cruzada, siendo esta Tizona de la imagen, tan popular, un arma ceremonial y no de combate.


Así, como única pega histórica a su armamento podríamos echar a faltar un escudo, que bien podría ser de lágrima (Primera Cruzada) o de heraldo (Segunda Cruzada y posteriores), pero como hemos apuntado antes, la heterogenia de las tropas cristianas en Tierra Santa nos permite renunciar a él (y, en el primer caso, resultaría casi imposible desfilar con él)
 
  

De nuevo, gracias por vuestra atención y un muy cordial saludo, con el deseo que disfrutéis de estas próximas fiestas semanasanteras. 
 
JOSÉ VILASECA HARO

Las armas en la Semana Santa Marinera (II) - Granaderos

Días atrás, en nuestro apartado Las armas de la Semana Santa, hablamos de una imagen perfectamente identificable y muy particular dentro de nuestra Semana Santa Marinera, como es el Pretoriano. Hoy, daremos un gran salto temporal hacia delante, de casi dos milenios, y describiremos algunos de los detalles de las armas del caballero napoleónico por excelencia, como es el Granadero.
 
 
Para el visitante que descubre por primera vez nuestra Semana Santa, saltan a la vista esos personajes bíblicos que nos caracterizan, así como las guardias armadas romanas, bizantinas, cruzadas y, claro está, la fila apretada y elegante del granadero, en su traje de gala, con el sable al hombro o al costado y el gorro característico.
 
Muchos preguntan de dónde proviene esa figura, casi anacrónica, dentro de la celebración de la Muerte y la Resurrección del Señor, y debemos hacer un viaje de dos siglos, ubicarnos en aquella Valencia de comienzos dl siglo XIX, conquistada por Suchet, y en la que la guardia granadera francesa, tratando de congraciarse con el pueblo, releva al arma de Artillería de su custodia de la Dolorosa y que, posteriormente, debiendo abandonar por mar y a toda prisa buena parte de las conquistas de la costa levantina, abandonan armas, equipo y vestimenta, que son recuperados por los valencianos (pero también por los murcianos, cuya Semana Santa cartagenera, por ejemplo, luce también Hermandad de Granaderos).
 
El soldado napoleónico de la unidad de granaderos es descrito, tanto en los antiguos libros de Junta Mayor como en los legados históricos o la moderna Wikipedia como un soldado de elevada estatura equipado con sable, mosquete, hacha o pico (pues también estaban preparados para cavar trincheras y actuar como zapadores), y, evidentemente, un zurrón con granadas arrojadizas.
 

La apreciación acerca la estatura del granadero, que tantos jocosos comentarios ha supuesto a lo largo de los años entre los semanasanteros, no es baladí. Las granadas napoleónicas (como aparece en la imagen) eran considerablemente distintas a las actuales granadas de mano: Estaban hechas de cristal y no de metal, y el hecho de que fueran utilizadas por un soldado alto le permitían un más amplio y mejor arco de tiro, lo que le ayudaba a llegar mucho más lejos en su lanzamiento.
 

En nuestro granadero, el arma más característica, a la vista de todos, es el sable, ligeramente curvado. Este tipo de sable es muy habitual en los oficiales y la caballería a partir del siglo XVII, convirtiéndose en arma reglamentaria también en la infantería, desde los temidos casacas rojas ingleses a buena parte de los ejércitos europeos en las Guerra Napoleónicas. 
 

A diferencia de la espada o el estoque, el sable es un arma de un solo filo, ligera y de corte, en cierta forma evolucionada de las espadas de caballería o de la cimitarra sarracena, cuyo objetivo es realizar un corte amplio y profundo, y no quedar clavada (como el estoque), ni incrustada (como las espadas de doble puño, la espada normanda o similares).

 
No es habitual ver mosquetes, hachas o picos en nuestra Semana Santa, pero sí aparecen en recreaciones históricas de los granaderos, como este infante de línea durante la recreación del sitio de Zaragoza:
 

así como en la Semana Santa de otras ciudades donde también sufrieron la ocupación francesa... librándose de ella del mismo modo que los valencianos, 
 

como los Granaderos Marrajos en Cartagena (Murcia):

 

Antes de acabar comentar que el mosquete, como buena parte de las armas de fuego de aquella época, se cargaba por el cañón (avancarga), de ánima lisa (y no rayada), por lo que su precisión era muy discutible. La mayoría de los ejércitos que empleaban el mosquete, avanzaban en una línea apretada (parecida a la forma de desfilar de nuestros propios granaderos), y se colocaban en una o dos filas de disparo (de pie o rodilla en tierra), para tratar de alcanzar al enemigo.


De nuevo, espero que el artículo de hoy en mi columna en EOS, haya sido de vuestro agrado. Un muy cordial saludo.  
 
JOSÉ VILASECA HARO