martes, 4 de noviembre de 2014

Aunque nunca me fui... he vuelto.

Pues sí, hoygan ustedes. He vuelto. No me había marchado muy lejos, pero como parece que mi blog personal acaba siendo el hermano pobre de todas mis colaboraciones, de vez en cuando me gusta recordar que, después de todo y a pesar de que mi madre es una santa, soy un hijo de perrilla de la peor condición, lleno de maldad, rencor y toda suerte de virtudes parecidas. Y, ya que ofrezco mi cara amable en El blog de EOS, en los artículos de elperiodic.com o en mis apariciones junto a esos monstruos de la radio (para bien), que son Vicente Alventosa y Emilio Navarro, aún me queda este rinconcito para jugar a meter el palo en el agujerito y ver enloquecer a las hormigas.

Y, hablando precisamente de hormiguitas, me he dado cuenta de que, al final, cada cual escoge el animal a quien mejor imita: Los hay leones, que parece muy puesto ahí con su melena, los reyes de la sabana... a pesar de que quien hace su trabajo sucio son sus hembras. O los camaleones, que tienen una vida muy respetable y tienen un buen pasar, tratando de pasar desapercibidos. En mi caso, suelo ser víctima de hienas y rémoras cuyo único propósito en la vida parece ser alimentarse de los restos de los demás (los bocados despreciados o sus cadáveres frescos, tanto da), y desde que vengo escribiendo en este blog siguen apareciendo enloquecidos fans que preferirían verme colgado de los cataplines.
¿Recuerdan aquellos anónimos encendidos de personas inidentificables? Pasaron a mejor vida. ¿Los niños gritones de mi antigua tienda? Crecieron, espero, y dejaron de dar por saco (o, al menos, dejaron de darme por saco...) ¿Qué sería de la chiquilla histérica y gritona que escribía novelas pérphidas? Pues tengo entendido que dejó de llorarme a mí, pero sigue buscando hombros donde llorar sus penas. Y, como decía el sabio, así pasa la gloria del mundo, hamijos y hamijas. O, como decían los Siniestro Total en un alarde profético: Tanta puta y yo tan viejo. Y casto. Qué cosas.
Una imagen vale más que mil palabras...

A estas alturas de la película, tengo cerca bastante más gente que me aprecia (o que me soporta, según se mire), de las que me odian. Y estas últimas son tremendamente escandalosas, pero me pillan más curtido. O, simplemente, tienen la santa desgracia que cada vez que abren la boca, me pasan cosas buenas.

Vamos a poner un ejemplo: El último arrebato hormonal (ajeno) que me ha tocado sufrir, la última lapidación a la que se me ha invitado (como víctima, faltaría más), ha pasado por mi vida en una semana en la que he tenido la oportunidad de reencontrarme con mi descubridor radiofónico, Vicente Alventosa, y colaborar con una pequeña sección en la 97.7 FM. Por si fuera poco, sigo contando con la confianza de mi benefactor en la 91.4 FM, Emilio Navarro, que soporta mis rarezas y mis chifladuras dos veces por semana. Y, para colmo, uno de mis relalos (eróticos), ha conseguido el 3er premio de la editorial EDISI, y me he llevado una escapada romántica para dos debajo del brazo.
 Deme una plana y dos con punta, que hoy lapidamos a un tal Vilaseca...

Así, mientras alguien abría su bocaza, yo recibía a mi hada madrina, me echaba unos polvos (con perdón), y conquistaba otra meta volante en mi vida. En tanto que unos maquinan y sufren de la vesícula, otros nos dedicamos a revisar nuestros escritos para tratar de que se publiquen. Como si la vida real fuera Sálvame, algunos se empeñan en señalar la paja en el ojo ajeno, en despreciar la vida del que está enfrente sin recordar lo miserable que hay en su existencia. Y, en ese mismo momento, en otro lugar, los demás, simplemente vivimos.
 Gran título. Alguno debería tomar ejemplo...

Si eres de los que vive lo mejor que pude, mi más sincera felicitación y todo mi ánimo. Si eres como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer, que ni vive ni deja vivir, espero sinceramente que pronto te dejes chupar algo en público, como Olvido Hormigos, y que te llamen a la tele para contar tus miserias. Así podrás hablar de cómo te hacía Jesulín la lechuguita, asegurar que eres el hijo secreto del huevo perdido del General Franco o salir de ese armario lleno de esqueletos que tienes.

José Vilaseca